“MOMMY”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
En
nombre del amor se han cometido infinidades de atrocidades, de incomprensibles
hechos brutales, injustos, incluso, perversos. Un sentimiento poderoso que en
algunas personas bulle alocadamente, en otras, simplemente, se manifiesta como
un plácido letargo. “Mommy” es una
película canadiense que cuenta una no tradicional historia de amor entre una
madre y un hijo; su joven director, Xavier Dolan, elige un tema universal para
cohesionar un film controvertido, dramático, por momentos, exasperante.
El
día de Diane “Die” Després (Anne
Dorval, estupenda) no comienza para nada bien, su existencia se ve sacudida,
primero, por un fuerte accidente vehicular, luego, aún mareada, recibe un nuevo
sobresalto inquietante, una llamada la deja atónita. Arriba de sus altísimos
tacos, meneándose despreocupada en sus ajustados jeans, masticando con
vehemencia un chicle acude al centro de detención donde está recluido su hijo
para llevarlo a casa. Steve
(Antoine-Olivier Pilon, un virtuoso)
es un adolescente problemático, impulsivo, violento, que sufre de una patología
moderna, compleja: Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad. Minutos
antes había incendiado la cafetería, hiriendo despiadadamente a uno de sus
compañeros; el instituto hizo todo lo que pudo, ahora es el turno de ella, su
madre, quien parece tampoco saber cómo continuar. Una de las asistentes,
entonces, pronuncia unas líneas tremendas, que ponen en marcha el conflicto de
la película: “Amar a la gente no la
salva. El amor no tiene nada que ver, por desgracia”. Diane rechaza semejante afirmación
escéptica dispuesta a rebatirla
con hechos, con una esperanza irreductible.
El
vínculo entre madre e hijo tiene algo de mórbida dependencia, pone en jaque
cualquier tipo de tabú, se insultan, se agreden, se acarician, se besan
“inapropiadamente”, se quieren. El hermetismo exclusivo de la pareja se abre e
incluye a Kyla (Suzanne Clément), la
vecina, una tímida profesora con problemas serios para hablar. La cálida
presencia de esta mujer armoniza de manera intermitente un hogar desmoronado,
con problemas financieros, que aún lamenta la muerte del padre de Steve. Cuando eso sucede la pantalla se
abre en toda su extensión, deja de oprimir a los personajes en un limitado
rectángulo, y suena con todo Wonderwall, de
Oasis. La escena es gloriosa. E
irrepetible. Pronto las consecuencias de la personalidad autodestructiva de Steve se hacen presentes drásticamente,
la pantalla se vuelve a achicar, estrujando a sus residentes. Su madre asegura
que estar cerca del joven implica no aburrirse jamás, es un permanente “abrocharse el cinturón”. Esta
observación va acompañada de una constante actitud provocadora por parte del
adolescente, quien a su vez, no se constituye como un delincuente juvenil más,
sino que se revela en él una fragilidad totalmente enternecedora.
Cabe
destacar que en el comienzo de la película se nos hace saber que en ese momento
existía en Canadá una ley –ficticia- que contemplaba la posibilidad de que el
Estado se hiciera cargo de menores con conductas problemáticas, si así lo
requiriesen sus padres. Entonces, subrepticiamente, siempre hay un enfrentamiento
entre el accionar de Diane respecto
de Steve y ese invasivo marco legal
con cara de salvamento.
“Mommy” es una película intensa, con cuadros
muy bellos, que apuesta al impacto emocional por sobre la impasible
apreciación.
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