Por Carina Sicardi / Psicóloga
Como
si tan sólo fuese ayer, el pasillo de la clínica se hace nítido en mi memoria.
La mañana de un jueves de otoño y la derivación de uno de mis compañeros,
médico clínico, la trajo a mi consultorio.
Casi
siempre sucede que soy yo quien abre la puerta y busco con la mirada, en
primera instancia, a mi siguiente paciente. Pero ese día, estaba charlando en
mesa de entrada como una forma entretenida de soportar la espera, cuando la vi.
Vestida
con los colores de la estación que comenzaba, buscaba apoyo en forma
alternativa entre el brazo de su padre -ya mayor-, y las paredes de los
pasillos. Irremediablemente, las miradas de las personas se detenían en ella… o
en la dificultad que generaba tener un cuerpo con obesidad mórbida.
Así nos conocimos con
Rosana, arrastrando demasiado peso….
Primera
dificultad: las sillas de los consultorios son anchas, pero tienen apoyabrazos,
límite tremendo para un cuerpo ilimitado, como su dolor.
Ella
se mostraba amable, diligente, casi obsecuente. Con una sonrisa vacía, pidiendo
permiso para todo. Había aceptado comenzar el tratamiento, como casi todo lo
que le proponían, con tal de ser querida… Pero sin poder comprometerse con
ella, con su historia…
Con
la nutricionista comenzamos a trabajar en un plan multidisciplinario, y poco a
poco, la balanza especial en la que se pesaba Rosana, dio paso a la
tradicional, la común, aquella en la que se sube la mayoría.
La
alegría por los logros nos inundaba de emoción a las dos. Rosana también se
alegraba, pero por nosotras… Le costaba saber qué cantidad de comida era
considerada aceptable. Un kilo y media de arroz para tres, medio kilo de
fiambre, una docena de empanadas, pan y facturas como cotidianeidad….
Sexualidad
casi inexistente, vida social nula, amor por chat, carreras terciarias no
culminadas por las dificultades que tanto peso le daban a su cuerpo. Artrosis,
dolor casi inhabilitante para andar sin depender…
¿De qué
dependías, querida Ro? ¿Qué tapaban esos kilos que no considerabas tuyos? La
vida la transitabas como mirando una película que transcurría a tu alrededor: la
alegría era nuestra, el placer de los demás, el amor de los lindos y flacos…
Cada
encuentro con aquellos que Rosana se permitía compartir, estaba teñido de honda
humillación, desprecios sin fin y falta de registro a su ser más allá de lo que
veían. “Yo soy lo que soy, no soy lo que ves”, canta Axel.
Ni
siquiera los profesionales de la salud podían registrarla a ella, sólo a su
obesidad, con desprecio y rechazo.
Todo
lo saludable parecía tan lejano… Ella deseaba ser, pero un mandato muy fuerte
la sostenía en la patología: mientras estuviera enferma su madre no abandonaría
a su padre… ni a ella.
De a
poco, sus ropas en sepia, fueron pintándose de colores. Las vetustas ropas
hombrunas fueron reemplazadas por
prendas femeninas y los talles casi innombrables iban restándose…
Fuiste
apareciendo, cuando ya podías hasta enojarte y decirlo sin llorar; cuando el
tratamiento empezó a ser tuyo, no nuestro; cuando la ropa interior empezó a
preocuparte; cuando llegabas caminando derecha sola, sin bastones de ningún
tipo; cuando ya no te escondiste…
La
muerte se llevó a tu viejo amado, pero aprendiste a vivir con su recuerdo. Hoy
la vida te encuentra en la lucha por no volver a tapar nada, conociendo el
amor, cumpliendo tu deseo de andar a caballo, literalmente con el viento
golpeándote el rostro. Un rostro que pudo descubrir –en todo el amplio sentido
de la palabra- la alegría que se siente al sonreír.
No hay comentarios:
Publicar un comentario