Por
Carlos Marcos y José María Marcos
La
reedición de esta obra de Enrique Medina fue realizada por Galerna bajo el
cuidado de
Alejandra Tenaglia. En el prólogo, a cargo de Carlos y José María Marcos, puede hallarse la fibra que el libro tensa así como la audacia del autor de Las Tumbas, al delinear ciertos perfiles en plena dictadura militar. Es por ello que compartimos a continuación, el texto completo que anticipa en sutiles filetes, esta dura novela.
Alejandra Tenaglia. En el prólogo, a cargo de Carlos y José María Marcos, puede hallarse la fibra que el libro tensa así como la audacia del autor de Las Tumbas, al delinear ciertos perfiles en plena dictadura militar. Es por ello que compartimos a continuación, el texto completo que anticipa en sutiles filetes, esta dura novela.
PRÓLOGO
Los tíos representan la posibilidad de contar
con una visión ampliada de los padres. En 1976, cuando nosotros teníamos apenas
4 y 2 años, la portada de la primera edición de El Duke estuvo a cargo de un tío nuestro: el artista plástico Jesús
Marcos (Salamanca, 1938). Radicado en Buenos Aires, Jesús posee una reconocida trayectoria,
al igual que su primo Alejandro Marcos (Salamanca, 1937), pintor residente en
París, quien a su vez recibió a Enrique Medina cuando sus textos comenzaban a
traducirse en Francia. Varias décadas después, dos hermanos Marcos nos cruzamos
en el camino de Medina, como admiradores y ávidos lectores de su obra. Se sabe
que el viento distribuye las barajas, y esta vez, nos entregó una carta brava
con la figura del mítico Duke, entre reyes, caballos y sotas. Hicimos lo
posible para estar a la altura de la partida al prologar esta nueva edición, en
honor a esta triada: Jesús, Alejandro y, si acepta este título, el tío Enrique.
Todos han sido y son nuestros referentes.
El
rostro de la violencia
Enrique Medina es uno de los autores
imprescindibles para mirar el rostro inasible de la violencia. Constructor de
historias con vísceras que muchos escritores de su tiempo desecharon, supo
conmocionar al universo literario en 1972 con la publicación de la novela Las tumbas, que describe la crueldad y
la opresión dentro de los institutos de menores en Argentina.
Desde aquel entonces, el autor se ocupó de
buscar palabras para nombrar los pesares de las mujeres y los hombres
olvidados, muchos de los cuales integran un engranaje que los mantiene vivos a
costa de que no intenten hacer algo diferente de lo que se espera de las
bestias de carga.
El Duke es parte de este
linaje y se publicó en 1976 cuando ya estaba en marcha la más sangrienta
dictadura argentina. Descripción del clima de una época y de un accionar que el
Estado transformaría en método, fue prohibida por el gobierno militar el 27 de
diciembre de 1976 y recién regresó a la calle con la restauración de la
democracia.
En la reedición de 1984, Geno Díaz
(1926-1986) ubicó al autor entre lo más significativo de la literatura
testimonial latinoamericana y señaló: “Fueron diez años de ignominia. Muchos
habrán de escribir sobre todo eso. Lo grotesco y lo espantoso. Pero Enrique Medina,
en el centro del vórtice lúgubre, publicó El
Duke. Dijo su palabra en carne viva en plena dictadura. Cuando el precio a
osadías tales podía ser la tortura o la muerte. Hacía falta tener mucho valor.
Y Medina lo tuvo”. Hoy, con un pasado que nos apunta con dedos amenazantes y
uñas llenas de tierra, esta historia nos sigue permitiendo espiar en el
estómago de un gigante que devora seres humanos y vomita criminales.
Los
destinos astillados
Con multiplicidad de recursos, Medina recrea
las desventuras de un boxeador retirado, que se gana la vida torturando y
asesinando. Nacido en una villa, alguna vez acarició la gloria, fue tapa de
revistas y se sintió campeón, aunque una mala noche lo dejó afuera del
ring-side y se convirtió en matón. Habiendo alcanzado el punto de no retorno,
no le quedó otra que vivir en guardia y salir adelante a base de ganchos, cross
y jabs, aliviando su conciencia con un poco de whisky.
Novela donde el cuerpo se manifiesta con su
voracidad sexual, sus exudaciones, la descomposición, el hambre, el dolor, la
fragilidad, El Duke muestra cómo se
gesta un monstruo con la complicidad del poder, que simultáneamente crea a los
aldeanos que saldrán con antorchas a restituir un orden que sólo genera
injusticias y nuevos horrores.
El boxeador evita opinar. La vida es un
viaje. La muerte, el regreso. Sabe que para huir debe correr y tratar de que no
lo atrapen. Si algo se le interpone en su camino, usará los puños o un arma si
tiene a mano. Como perro de la calle, encontrará comprensión en las bestezuelas
que viven entre penumbras, en alguna maldita ratita que pueda prestarle su oído
durante una larga agonía.
Por ciertas descripciones, se nota que el
narrador de la novela siente misericordia hacia el Duke, sus cómplices, los
asesinos, la gente de la calle, de la villa, los golpeadores, la mafia, las
prostitutas, los desesperados, los bárbaros, la gente rota, los destinos
astillados. Esto no le dificultó tener la impiedad necesaria para componer este
gran libro, concebido con la brutalidad, el desconcierto y la misma belleza con
que somos arrojados a la vida.
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