De reojo / Querido diario II

Por Sebastián Muape / sebasmuape@gmail.com



Cansado de ser un hacedor de fracasos, perturbado por haberme graduado en el arte de fallar, decidí esta mañana, minutos después de volcarme el mate caliente sobre el pecho, darle un vuelco rotundo a tan penoso andar. Y como en el país de la protesta, ningún reclamo puede salir mal, pergeñé un riguroso plan y salí a la calle a boquear. El Féculax, al parecer, estaba vencido, porque me erupcionó desde el cuello hasta las orejas. No me importó. Subí al auto y encaré para los bosques de Palermo. Elegí una parcela cerca del lago, a la sombra, y marcándola con cintas de nylon intenté adueñármela; al ratito se acercó un guardia acompañado de una mujer policía: es que no tengo vivienda, me anticipé. Discutimos inútilmente hasta que la insensible dama del orden, me espetó: si querés una casa andá a laburar, vago de mierda. ¿Ah sí? me dije, listo; derechito para la  9 de Julio, hora pico. Atravesé el auto en el segundo semáforo, no me importaron las puteadas a todo mi árbol genealógico, soy inmune a la crítica. A lo que no pude inmunizarme, es al bastonazo que me calzó el de la montada en la espalda. Desde el día en que me equivoqué de tribuna, que no la ligaba así. ¡¿Qué hacés, idiota?!, me maltrató el tipo, mientras el caballo, de culata contra el auto, me lo tapaba de bosta. El agente de tránsito me explicaba lo de la fotomulta espontánea, cuatro dígitos. Demás está decir que no me dejé doblegar, minutos más tarde intenté colgar un pasacalle con una leyenda anti-sistema. En eso vinieron dos zanquistas re calientes (uno la tenía tan clara que hasta me tiró un patadón), un malabarista con antorchas encendidas y el del monociclo pintado como un payasito, con nariz roja y todo, me avisó de muy mala manera que no era conveniente que rompiera las pelotas justo en esa esquina, donde se acostumbraba a dar buenas propinas. Un mimo me hacía señas, en evidente apoyo a la postura del payaso anterior. Estaba haciendo un bollo con el pasacalle, cuando escuché que una nenita le decía a la madre: ¡mirá mamá, escribió “corrupción” con s! Algunos pibes son insoportables. Trascartón, el del camión de basura: ¡Ey bobo, el plástico va en el otro contenedor, aprendé a leer! Reconozco que mis ínfulas fueron mermando, pero de ninguna manera iba a bajar los brazos. Deambulé unos minutos, como para asestar el golpe definitivo y hacia allá fui. Me encadené en la puerta del ministerio, que estaba cerrado a pesar de la hora. Se empezó a juntar gente, una señora muy mayor me hizo saber que me había ubicado en la fila de los jubilados; otra vez con este tema por favor no, pensé. Así que para darle más sustento a mi momento, me esposé e hice un dramático pedido para que venga una cámara del noticiero. “No te van a dar pelota, lo de las cadenas ya es cuento viejo”, me soltó un envidioso que pasaba por ahí. Dos pendejos pungas, al verme indefenso, me sacaron la billetera con los documentos del bolsillo de atrás y los pocos mangos que me quedaban después de coimear al de tránsito. Un tercer pendejo elegía de entre los cassettes que llevaba en el auto: ¡mirá guacho, este gil escucha Pimpinela!, le comentaba a su compañero. Me impuse un último intento. Sumado a una marcha que pasaba por ahí, fui comentando mis intenciones; cuatro palabras escuché, en repetidas ocasiones: 1-qué, 2-carajo, 3-me, 4-importa. No se me había ido todavía la hinchazón de las orejas, cuando volvía mascullando bronca y de a pie, porque al auto, claro está, se lo llevó igual la grúa municipal.

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