Por Sebastián Muape / sebasmuape@gmail.com
¿Cuántas
historias congelaste, de cuántos viajes te bajaste, cuántas dolorosas o
incandescentes vivencias amorosas te perdiste? ¿Qué saldo arroja tu arqueo de
dolor? Tu corazón se fue adormeciendo, pulsando atormentado con la lentitud del
minutero. Tus pupilas cansadas e invadidas en una ronda interminable por centenares
de imágenes, que de tanto repasarlas, cambiaron ya su color, tal como las
gastadas fotos herrumbradas en el fondo de tu baúl de quinceañera.
Acaso
no supiste ver que así, vos también te ibas descascarando; cómo no notaste que
se te oxidaba el alma. Y qué me decís de los nubarrones que marcaban tu futuro.
Vos, nadie más que vos, decidió anegarse en el pantano irreal de los recuerdos.
¿Viste que las historias de antaño se deshilachan en el trajín de la edad? ¿Comprendiste
que vivir idealizando conlleva riesgo vital? ¿Saboreaste el pútrido amargor de esperar al pasado con el paladar quebrado y puntual el
lagrimal? No escapar de la celda vanidosa que plantea el ayer, hace que pierdan
su dulzor las risas y las tardes, las actuales y las de las fotos. Intentar
vivir en pretéritos estadíos, hace que la tersura de las muecas de bien, se
vuelvan ríspidos surcos de nueva aridez, muchas veces o siempre, por la
crueldad del contraste. El mérito, precio asumido por una juventud feliz, es
encontrar en el dorso la fecha de caducidad, llorar lo necesario y marchar.
Seguramente habrá una tarde trampolín, una lágrima, una partida, la señal para
saltar, la llave para salir a jugar; propiciándose futuro y bienestar, sin
lastre o al menos con los bártulos necesarios, no más. Da mucha pena mirar el
retrovisor y asumirse encerrado allí, nadie va a estirar el brazo para
devolvernos este domingo, nos van a dar vuelta la cara con el desdén propio de
quien pudo repetir alegrías y nada necesita del viejo baúl. Soltar es la
cuestión, no hay espalda que resista tanto pasado y hacer de él la combustión
necesaria para el camino, cuanto mínimo huele a insano. Claro, los momentos te
mienten y a su vez se mienten a sí mismos, se maquillan desdibujándose para
mostrar escenarios confusos. Tal vez nunca fueron tan maravillosas las viejas
musas de cartón. Carne, lágrima y hueso; miedos, carencias y pérdidas; igual
que vos. Pomposos cuando los evocas para respirar, tus recuerdos se inflan
vanos y juegan su falso rol, calzándose de prestado el traje de inolvidables;
pero creeme que cuando los volvés a paladear, como si fueran la mejor de las
uvas, sueltan en dosis necesarias la hiel verdadera del peso de la nostalgia. Hasta
hoy viviste prendida como una rémora a la alfombra tibia que te trazó la
segunda infancia; más tarde con brazos desesperados te sujetaste de la edad
púber, cuando la vida te envidiaba y acuclillada te tiraba pétalos. Te ataste
con cadenas de dolor a los besos apurados y escondidos en los pasillos de tu
propia historieta y no encontraste nada mejor ni más placentero que nadar enredada
en cataratas circulares, hoy fangosas noches de cama irregular, que con el rayo
de la mañana y bajo la almohada, te dejan la cuenta. En el tiempo de empezar a
cruzar el mar de la vida y la salud, decidiste anclar en el álbum sepia de
aquellas hojas, fechando ahí mismo y para siempre, el súmmum de tu dicha. Deberías
hoy, vestirte de tanatóloga y con severos bisturíes hacer la autopsia de esa
era que pasó; confirmada la hora de muerte y leyendo la finitud de esos años,
pasar victoriosa el umbral y volver a vivir.
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