Contratapa


DEBILIDADES

Por Alejandra Tenaglia

Entrega la orden en ventanilla. La secretaria, uniformada y simpática, le dice que aguarde en el pasillo o que, si tiene algo más que hacer en la ciudad, aproveche porque el doctor está un poquito retrasado.
Espera sentada junto a otras mujeres que hablan sin parar ni preocuparse por el tono de voz alto y las carcajadas estruendosas. Cada tanto retoman la compostura, se acomodan la ropa y revisan el celular en un micro espacio de silencio; pero luego la charla recomienza, como un vómito incontenible, compulsivo, necesario y vivaz. La miran, como para integrarla, pero ella se hace la distraída rumbeando sus ojos al techo, el piso, la punta de sus botas que ahora descubre sucias, y ensimismándose de a ratos de tal modo, que esas voces le llegan confusas como el sonido de una radio desde el patio vecino.
Piensa, ella, en todo lo que ha podido hacer hasta sus actuales 30 años. Y piensa, también, en todo lo que quizás, no logrará realizar si es que los resultados de los estudios, han dado mal.
Piensa de los pies a la cabeza pasando por montañas, valles, mesetas y hondonadas; del ombligo al ombligo en el sentido de las agujas del reloj y también a la inversa; de la noche con o sin estrellas a la mañana de pan recién horneado y de la mañana a puro sol o pura niebla a la noche ansiada; desde el comienzo del año hasta su fin inescrutable; desde todos los puntos cardinales, propios y ajenos, que constituyen, construyen y consolidan la humanidad que la define; fluyendo sin obstáculos, ahora, sus debilidades.
Sin embargo, aferrada con fuerza a la cartera, como si allí, en esa cartera, residiera la vida que teme perder, recuerda todo aquello que la saca de quicio en medio de una rutina labrada a puño y letra. El desorden, sea cual sea el rincón del planeta donde suceda; los gritos ajenos y a veces hasta los propios; la humedad, que todo lo vuelve gelatinoso menos el cabello al que crispa como si estuviera al borde de un ataque de nervios; la falta de respeto con agresividad a cuestas o con traje de etiqueta y perfume francés; la insolencia de los que ignoran la experiencia del que ha vivido, aunque sea, un día más que ellos; la mentira que siempre lleva en el lomo un engaño pretendido o simplemente logrado; los desencuentros, inoportunos hasta el hartazgo; el azar aportando su cuota siniestra y derrumbando planes metódicamente ejecutados; la omisión, que es peor que la acción malsana porque está revestida de cobardía y falta de solidaridad; el individualismo extremo que no deja lugar a nadie más; la despreocupación por todo aquello que suceda más allá de nuestra propia existencia, ignorando a los que vienen detrás. En medio de esa maraña, aparece el recuerdo del limonero cuatro estaciones que con alegría plantó en su jardín, y que osó secarse yendo en contra de lo que dictamina su propia naturaleza; la campera, compañera de salidas, que dejó olvidada en un bar; esa llamada que tantas veces ensayó a solas, frente al espejo, y nunca realizó; todos los “no” que debió haber dicho y todos los “sí” que abrieron puertas, ventanas y escaleras en direcciones de lo más variadas; lo que le quedó en el tintero, en el bolsillo, puertas adentro de la piel, girando en el pensamiento. Y piensa en él, y todo lo que junto a él soñó realizar, con la simplicidad con la que opera la fantasía y la dificultad que conlleva la realidad.
Escucha su apellido. Entra al consultorio como quien va a retirar los restos de un familiar. Se sienta paciente, esperando la confirmación de algo previsto. Y oye al doctor decir: el tratamiento dio resultado, los estudios salieron bien…
Lo que oye después es al médico diciendo: bueno, bueno…, mientras de modo cortés, intenta quitarse de encima los brazos con los que ella lo rodea agradecida, espontánea y sonriente.
Mientras regresa a su casa, invadida de una esponjosa y primaveral sensación de bienestar, todo lo que había pensado en la sala de espera, queda atrás. Decide que lo mejor es, renovar los sueños y hasta las molestias. Porque en definitiva, nada-nada-nada nos deja tan a merced de las debilidades, como que nos den fecha cierta de nuestro fin, en este paso por la Tierra.      


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