Cuando malvinizar, desmalviniza


Por Guillermo Eduardo Mermoz

Una trampa, un ardid, es efectivo cuando se desconoce su intencionalidad, su funcionalidad, su existencia. El Tratado de Madrid firmado en los ‘90 entre quien era por entonces Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, y Domingo Cavallo y Carlos Menen por Argentina, es uno de esos casos. Este Tratado se presentó como el reinicio de las conversaciones diplomáticas entre ambos países, luego de la Guerra de Malvinas. Inicialmente se trató de una “declaración conjunta”, ya que sólo el Congreso puede ratificar este tipo de acuerdos; lo que en parte se hizo con la ley 24.184 de diciembre del ‘90 que lo complementó. Dicho Tratado definía tres situaciones. Por un lado legitimaba la soberanía británica con la extensión a 160 millas para la explotación pesquera conjunta; por otro, permitía el control sobre las Fuerzas Armadas Argentinas y comprometía a Argentina a informar de sus movimientos militares en el espacio aéreo continental; y por último, derogaba el uso de visas entre ambos países para el tránsito de personas, una antesala casi ingenua para el desembarco de capitales ingleses en nuestro país. La ley antes nombrada, fue la que dio inicio a la política privatizadora que permitió que muchísimas empresas terminaran en manos de británicos. La perspicacia nos permite detectar que, muchas veces, las sedes de empresas no corresponden geográficamente con sus capitales. Así, nos sorprenderíamos de saber de dónde viene y hacia dónde va el dinero de múltiples empresas privadas que operan en el país. Luego de la guerra, a Gran Bretaña se le hizo muy difícil sostener económicamente Malvinas. La construcción y mantenimiento de una base militar, la pérdida de los beneficios que aportaba a los isleños la relación con Argentina era algo que insumía (e insume) muchísimas libras a los ingleses. Malvinas no aportaba en términos económicos, con la escasa área para otorgar licencias pesqueras. Todo eso cambió luego del Tratado. 
Inglaterra atraviesa desde varias décadas una crisis que se acentúa. No puede financiar con capitales propios el único salvavidas que aliviaría el “costo Malvinas”: la explotación de los hidrocarburos. Pero es un riesgo financiero, que no seduce a los inversores, operar en un territorio en litigio. Un análisis no muy concienzudo en materia económica, muestra que cada vez que se “malvinizó” en las arenas internacionales el tema -con consecuente refuerzo militar inglés de la zona-, o se escaló en la militarización del asunto, las empresas británicas que hacen prospecciones de petróleo en el archipiélago (Desiree Petroleum, British Petroleum, etc.), aumentaron su cotización en las bolsas. Lo inverso cuando se bloquearon los puertos continentales. Nada de esto sucedió cuando se produjeron intercambios diplomáticos en la ONU u otros foros. O sea que sólo manifestaciones de fuerza tuvieron efecto real en la geopolítica de Malvinas. Nunca en la ONU se puso a votación la cuestión esencial de fondo: la soberanía. Malvinas sirvió y sirve a fines políticos. Para ambos gobiernos. En estos momentos, las Fuerzas Armadas Inglesas que enfrentaban un severísimo recorte presupuestario, usan el fantasma de la guerra para evitarlo. Y en Argentina, por el profundo sentir popular sobre las islas, varios han aprovechado el tema. Empezando por la dictadura. Cuando los Bancos que financian y controlan las operaciones petroleras en las islas, son los mismos que controlan a la Barrick Gold o a la Shell, que las inversiones inglesas en Argentina son cuanto menos, intocables; los discursos, las declaraciones, quedan en la neblina de la historia sin un accionar coherente. Los ingleses incluyeron a las islas en la constitución europea, embargaron capitales y bienes argentinos y siguen prohibiendo la compra de armas a Argentina. El ex canciller Di Tella envió ositos de peluche a los niños kelpers. Enfoques opuestos y de eficacia más disímil aún. Hoy, de fondo, la misma neblina, puede enmascarar, ocultar, que la casa no está en orden. Porque el sentir nacional, da buenos dividendos. Como a muchos, me moviliza la causa Malvinas; es justa. Sería bueno que esta causa no sea usada como fuegos artificiales. Pero eso quizás sea difícil de advertir, porque una trampa, un ardid, es bueno cuando se desconoce su intencionalidad…


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