Tu verdad, mi verdad, nuestra verdad - Marzo 2º


Por Carina Sicardi / Psicóloga Mat. 2600  
casicardi@hotmail.com

“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, canta melodiosamente Serrat. Y aquí se abre una temática tan interesante como inagotable: nuestra posición ante la verdad. Si encuestáramos a una población sobre este tema, tendríamos a un gran porcentaje respondiendo, sin dudar, que siempre dicen la verdad. Y sería real, porque si la mentira no aparece desde lo consciente, cada vez que nos dirigimos a otro, lo hacemos con la certeza de mostrarle “nuestra” verdad. O sea, es una construcción propia y, por lo tanto, susceptible de ser diferente a la de los demás.
Creemos que es verdadero lo que vemos. La cultura de la imagen pretende triunfar sobre el discurso. Por un lado, el video clip y el video game presentan imágenes de acción y movimientos sin palabras. Las imágenes significan cada vez menos y son paradójicamente cada vez más importantes.
Por otro lado, el registro del reality show crea la ilusión de captar los hechos sin la mediación del narrador. Y es correlativo con el “decir todo” sobre la intimidad, el sexo, etc., más allá de los límites del pudor o de lo privado. La verdad que se muestra así, es la verdad obscena del débil.
Si bajáramos el volumen del televisor y viéramos las largas horas que aún se siguen dedicando a transmitir el velatorio del presidente venezolano, Comandante Hugo Chávez, más allá de las ideologías políticas y filosóficas coincidiríamos en que hay una gran cantidad de personas que conforman al pueblo, rindiendo homenaje a quien ya se ha convertido en un personaje para América Latina. Sin embargo, si nos detuviéramos a leer el lenguaje corporal o de masa, o subiéramos el volumen para escuchar lo que cada periodista o canal está dispuesto a decir-nos, quizás no lograríamos coincidir en la verdad de lo que vemos: un pueblo llorando a un líder, o el miedo de enfrentarse con el vacío de no tener ahora a quien “comandaba”, o ser testigos de saber que realmente está muerto…
Cada uno de nosotros dará paso a su verdad.
La pretensión de querer captar el acontecimiento en directo, no hace más que eliminarlo. El acontecimiento para el ser parlante no se reduce a lo fáctico o accidental,  en tanto se trata de un sujeto que da sentido a lo vivido. Es por eso que no hay acontecimiento sin el decir verdadero. Lo que define el acontecimiento para el ser parlante, son sus consecuencias sobre lo emocional. Ejemplo de esto es el cruce discursivo de dos sujetos contando el mismo hecho. Aun habiendo sido ambos testigos presenciales, contarán su verdad según el orden de importancia que tengan en el registro emocional. Hasta tal punto que quizás ni lo podríamos reconocer como el mismo hecho.
Para aquel que no haya vivido y sufrido el viento huracanado de aquel tristemente famoso 11 de noviembre en Chabás, el cielo tormentoso no será tan importante como para los que tuvieron que atravesar esa experiencia. Aunque han pasado algunos años, muchos chabasenses se han convertido en auténticos conocedores del significado del color y el movimiento de las nubes; pero, aun a riesgo de ser exagerados, la inmediatez de una tormenta genera un movimiento en equipo que deja en minutos al hospital con puertas y ventanas cerradas. Y después: “el silencio aturde asustándome”, como dice Teresa Parodi en una canción.
Ser conscientes de la verdad no elimina la posibilidad de enemistarnos con aquel que, a destiempo, intenta ponerla sobre la mesa, adelante nuestro. Sobre todo si esa verdad nos vuelve vulnerables.
La terrible tormenta existió, sin dudas; y la muerte de Chávez también, pero el significado que cada uno de nosotros le dé, dará paso a verdades parcializadas, que pintarán de color a ese hecho real.
      

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