Gomerazo al corazón - Agosto 2º



Por Mariano Fernández
marionoobservador@gmail.com

Usted busca una planta, preferentemente de una madera dura. Si no tiene, un alambre grueso podría servir, pero requiere mucha fuerza. Selecciona una rama con forma de Y para una buena horqueta, la corta, le pela la corteza, la deja secar. Necesita goma de suero; en alguna farmacia estoy seguro que todavía venden, compre un metro más o menos. Si quiere hacerla con goma doble, ¡compra dos veces esa cantidad, hombre! No le tengo que explicar todo…
Ahora vaya a una zapatería y pida un pedazo de cuero, puede ser de lengua de zapato; chiquito, de  5 ó 6 centímetros por otros 4 aproximadamente. No mida nada, siéntalo. Cuando tenga todo, ármela. La goma atada firme a la horqueta y que le queden parejos los dos lados del suero con respecto al cuero que va a usar para soportar los proyectiles. Ni se le ocurra comprarla hecha. He visto que las ferreterías las ofrecen. A mí me daría vergüenza demostrar tal incapacidad manual y decirle “deme esa gomera”. Armar una es un ritual. Es propio de un lutier de la vida.  (Perdónenme mujeres. Ustedes tendrán lo suyo. Pero esto es de antes que a los hombres nos importe mucho su existencia.) Cuélguesela al cuello, y salga a la calle. Busque piedritas lo mas redondeadas posibles y métaselas en el bolsillo, aunque le advierto, lo más probable es que se rompa. Ese bulto en el costado de su pantalón, es una señal para sus congéneres, de que usted puede ser eximio hondero. Lúzcalo con orgullo. Que le digan que es un pibe. Gáneselo. Ignore su calvicie incipiente o king size, su panza imposible de ocultar. ¿Desde cuándo es un insulto ser un niño?  “Parecés un pibe”, “Sos una nena”. ¿Qué desfachatado cree que eso debería molestarnos? Soy un nene, cada vez que puedo. Es casi un estado perfecto, como estar enamorado. Todo es verdad o una mentira inocente y total. Ninguna fantasía es imposible. Puede hacer derrapar un submarino o constituir una familia temporal de 3 muñecos, un oso y un pony. Y nada podía arruinarnos un día en nuestra infancia. O casi nada (un día lluvioso, o la incomprensiblemente enorme cantidad de tareas de alguna maestra). Igual a mí el Cerebro Mágico y el Ludomatic me encantaban. Y si no, a dibujar aviones, que un par de gotas no nos iban a arruinar la tarde. Y si salía el sol, cien barcos de papel con sus cien niños capitanes ganaban las calles. El único vencimiento tras del cual corríamos, era el encendido del alumbrado público que nos ordenaba volver a casa.
Sea usted también un nene, una nena. Juegue al rango en la cola del banco. A la rayuela de camino al taller. Sea usted el o la primera en contar en una improvisada escondida en la oficina. Ese noble acto de ofrecerse a ser el buscador inicial es la primera muestra de altruismo de un ser humano. Póngale cucharitas de helado en los rayos de su bicicleta. Cuanto más ruido, mejor, y se va al club, se agacha detrás de la barra y se roba tres sobrecitos de azúcar. Haga de eso su merienda, o baje dátiles de las palmeras de la plaza. Le advierto, ya no hay mandarinas de la Bella, lamento en informarles que en mi barrio ya no está la planta de nísperos de la que nos jactábamos los chicos de mi cuadra (y que más de una vez defendimos con honor de las hordas depredadoras de pibes de otros lares), pero me parece que aún queda la morera en el paso a nivel del puente, muy escondida, cuya ubicación sólo sabíamos pocos. Eso no implica que los chicos del otro lado no le pasen la ubicación de algún oasis frutal, y usted y sus amigos argonautas no emprendan una aventura en su búsqueda. También cumplo en recordarle, que si come alguna fruta, no debe estar caliente, o deberá abandonar abruptamente el juego para atender otras necesidades. Pruebe invitar a un amigo a tomar la leche a su casa. Pan y manteca. No encienda el televisor, ya no hay Piluso, ni Thundercats ni Piripincho.  Después raje -sin limpiar una miga- al baldío a patear sin culpa. Si aún  tiene a su madre, nada evitará que esta le recrimine el verdín en las rodillas de sus pantalones o el geométrico siete atrás, por treparse a ese tapial para buscar la pelota, tras ese malogrado intento de vencer una valla improvisada con dos montículos de ropa. El único dogma es “rompe-pincha-pierde-paga”. Si usted es niña, encuentre su muñeca. Dele de comer, báñela y sáquela a pasear en su cochecito. Que digan lo que quieran en la verdulería. Si hace una torta de barro, esmérese en la decoración, que aunque sea de tierra y agua, entra por los ojos. La piba que después se casó conmigo, le ponía margaritas arriba, y si hoy me ofreciera una porción, no podría rechazarla. Salga a andar en patineta. Si no tiene una, le presto la mía. Si se quiebra un brazo, dígales a sus pacientes que fue practicando golf. O haga como yo y dígales la verdad con orgullo. Haga lo que sea, pero juegue. A lo que quiera, usted tendrá su favorito. El niño que vive dentro de nosotros necesita salir. Si usted cree que no lo tiene, me apeno por usted, su vida debe ser triste y gris. El mío está apurado por terminar este texto y salir a la calle. Con su gomera recién terminada, no a tirarle a los pajaritos, porque me dijo un pibe que ya no está, que son criaturitas de Dios. Va a probar su puntería y mi destreza, de darnos un certero e impío gomerazo al corazón. Pido gancho: feliz día del niño a todos los pibes del mundo, de adentro y de afuera.

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