Juntos a la par - Agosto 2º



Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com

Demasiados pensamientos se despiertan entrecruzándose entre recuerdos y proyectos. No puedo precisar el  momento en que, desde el deseo, ya eras parte de mi vida. Pero tenía la certeza de que mi mundo iba a ser mejor con vos…
Y así fue. Cuando con papi decidimos crear un camino juntos, creímos también que teníamos la fuerza suficiente para tomarte cada uno de una manito y ayudarte a dar los primeros pasos en la vida que habíamos soñado para vos.
Esa manito que sentí crecer entre las mías, que me apretaban fuerte cuando no te sentías seguro, y que me acariciaban después de un largo día en que las obligaciones y las pasiones nos separaban… Caricias inigualables, producto de la ternura más pura, de la infinita incondicionalidad del amor verdadero.
Manos que aún hoy se olvidan por momentos que el tiempo pasó, que creciste, que ya casi tienen el tamaño de las mías y volvés a buscarlas fugazmente, hasta que un golpe de conciencia o el peligro inminente de la presencia de algún amigo te hace soltarla con rapidez, preparándolas enseguida para el saludo “con onda” del circunstancial compañero.
Ahora ya sos vos quien apoya tu mano en mi hombro; se hace difícil caminar a la par sin tocarnos, mi pequeño gran compañero. Hasta llegar al supermercado sin vos, genera la pregunta de la cajera: ¿y el compañero? Así transitamos la vida… Nada como estar juntos a la par… Aunque hace años tengo prohibido decirte en público ninguno de los cariñosos apodos de entrecasa bajo riesgo de…, y el movimiento rápido y casi imperceptible por lo bajo de tu mano, cuando voy a verte jugar algún deporte, me indica que no me acerque demasiado…
No importa, así debe ser. Estás creciendo y siempre quise para vos que te sientas acompañado, aceptado y querido por tus amigos, como lo sos.
Yo te miro desde lejos, pensando en lo bella persona que fuiste siempre. Feliz  de saber que todos los días suena el teléfono (que en general era alguien que quería comunicarse conmigo) y es alguien que quiere compartir algún “plan copado” con vos.
Son tus primeros pasos en el mundo sin mi mano, pero sé que, como sucedió ahora que estoy escribiendo, me comunicás dónde estás y a qué hora debo pasar a buscarte. Eso es “para no preocuparte, ma”.
Saberte bien acompañado, confiada en tu criterio de correrte cuando no conviene arriesgarse tanto, me deja tranquila. La vida nos dejó la opción de tenerte sólo a vos para mirarte, quizás por eso estás atento a devolvernos tu mirada sin rezongar (o sólo un poco).
Un día me dijiste: “Sos la mejor mamá”, y mi respuesta fue y es, que es fácil ser tu mamá, y placentero.
Hoy debería haber hablado de la palabra tragedia. La cercanía de la ciudad de Rosario, segundo hogar de muchos de nosotros, las historias que nos tocan las más profundas emociones, el tener de una u otra manera contacto con los protagonistas, lo ameritaba. Hablar del dolor, de lo imprevisto, de la muerte. De la solidaridad, del orgullo metido en el alma por el trabajo de los bomberos y rescatistas… Particularmente de quienes confiaron en mí sus historias de vida cuando estuve con ellos, mis rescatistas de Firmat… Del síndrome de estrés postraumático, y más…
Pero no, quizás la próxima. Hoy quería hablar de la vida sobre la muerte, del amor sobre el dolor, de las pérdidas como posibilidad de construir algo diferente.
Por eso decidí escribir sobre un niño, mi niño, y desde él hacia todos, los que conozco y los que no, los que fuimos, los que encontramos en los recuerdos, y los que aún extrañamos la seguridad de que nos lleven de la mano… Aún siento la tuya, callosa y morena, pero mía, papá…

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