Regale amor, regale libros, regale cariño... - Agosto 2º



Por Julieta Nardone

Hoy nos moveremos por la literatura para chicos, ya que son los homenajeados en este mes con un domingo que, en el presente, va un poco a la saga del sueldo de los padres. Muy comercial el festejo, para ser sinceros. Pero, quizás regalar un libro divertido, fuera de las pautas didácticas, e incluso de lo que dicta la escuela, podría ser una opción de acercamiento a la lectura, al leer por leer... Porque lo más complicado probablemente sea despertar el fuego de la curiosidad, la actitud voraz y absorta que todos alguna vez experimentamos cuando apenas empezábamos a dominar las primeras letras, deletreando lentos y eufóricos los carteles de la calle, los graffitis en las paredes, la etiqueta del champú, los envoltorios de comida... los mensajes sarcásticos –sin saber nada del sarcasmo todavía- de los baños públicos (nunca voy a olvidar el siguiente: “Marcelo desde que te fuiste ya nada es igual... todo es más divertido”).
Pero hay algo esforzado, urgente en la conducta de los adultos frente a esta cuestión de inculcar la lectura, dice Ema Wolf, escritora argentina que proponemos con sus cuentos pescadores del delirio y la risa como búsqueda y viaje, sin garantías de llegar a puerto alguno, a destinos prefijados con moralejas encubiertas. En otras palabras, la intervención de la mirada adulta muchas veces devuelve alternativas descafeinadas, poco apasionantes y liberadoras, aunque contradictoriamente se insista en la lectura para fines “altos”, como la formación de un criterio propio y del pensamiento, cuestiones no menores cuando de libertad se trata. El mismo Umberto Eco afirmó que la literatura infantil debe tener como horizonte abrir el ejercicio a la imaginación, sin objetivos pedagógicos específicos. O la contrapedagogía sería una motivación al disfrute y empatía por el libro como un juego entre otros, primero; y más tarde, si ese juego echa raíces, sin duda que permitirá metabolizar valores, criterio, ideología. Pero entre tanto, lo mejor que podemos hacer por los purretes es naturalizar esta práctica no como “deber” (el dedo índice va mejor en la escuela y en la instrucción diaria, que por supuesto tampoco puede faltar).
¡Silencio niños! (1997) y Nabuco, etc. (1999) son dos de los libros más desopilantes de la Wolf. Podría abarcar a lectores de 9 a 12 años, no obstante, también a los grandes nos deja asombrados con imágenes y mini-crisis detonadas por el humor casi surrealista de sus historias. Personajes de todo tipo, casi siempre aventureros a cielo abierto como Artemio el mensajero entre dos reinos vecinos cuya memoria “goteaba por el camino”, yendo de malentendido en malentendido hasta enfrentar a los reyes respectivos. O Juanito Tomasolo, el náufrago que se mensajea con los náufragos de alrededores hasta que un día se queda sin botellas y hay que ver cómo la palabra lo salva más que nada en el mundo. También hay personajes del rubro del terror pero que aquí van a la escuela; como una momia que aprende a traspasar las paredes de una forma muy peculiar. Pocas veces encontramos como protagonista a un niño, un caso aparte es el de Pirulo, a quien le encanta jugar en la casa de su abuela porque allí hay un estanque lleno de ranas, veremos cómo sus derechos chocan con los de la rana Aurelia, y a su vez, los de ambos con los de la anciana.
La autora desarticula los mitos apolillados sobre tantos prejuicios y supuestos falsos que retardan el verdadero conocimiento, que ahogan antes de tiempo un valor muy preciado como la curiosidad. Repetimos: no hay moralejas en estos textos. No faltan, eso sí, el humor y la imaginación: antídotos incuestionables para afrontar intrigas y complicaciones que nunca faltan en la vida, tanto como en los libros.



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