La supuesta vinculación del (ahora) ex jefe de policía de la provincia de Santa Fe, Hugo Tognoli, con el narcotráfico, ha logrado que -más allá de los resultados a los que arribe la investigación respecto al funcionario-, se hable de un tema espinoso como es la droga. Y es espinoso por sus cuatro costados. Es sabido que no es posible la circulación de estupefacientes a la escala que hoy sucede en Argentina, sin complicidades dirigenciales y policiales. Las cifras que mueve este “negocio”, hacen que todo valga, siendo el asesinato un modo corriente de ajuste de cuentas o la manera de marcar el territorio. Los bunkers que muestran los noticieros, donde se encierran a menores días enteros para que expendan drogas, evidencian además “trabajo” esclavo. Una vez localizado alguno de estos lugares, se los suele derribar, porque la experiencia ha demostrado que al correr la noticia de que un vendedor ha sido capturado, inmediatamente otro se instala en su lugar. La avidez por el “mercado” no tiene límites. Muchas veces son los mismos padres de los consumidores (sobre todo menores), los que llevan adelante esa destrucción, como un acto más a través del cual intentan defender a sus hijos de la adicción, con las pocas herramientas que cuentan. Y este es el otro punto sensible, el eslabón final de esta cadena: los adictos. No hay políticas estatales dirigidas a quienes necesitan recuperación. Y frente a un asunto tan grave como el presente, resulta lamentable escuchar o leer a los oportunistas que buscan también ávidamente su minuto frente a las cámaras, en las radios o en papel de diario, hablando del “flagelo” –es una de las palabras que más usan para hacer nada más que ruido- de la droga, aprovechando la situación sólo para defenestrar al PS desde otra vereda política. Unirse para luchar seriamente contra el narcotráfico, es lo que deben hacer si realmente sienten, creen y valoran, al menos una cuarta parte de los discursos que ofrecen.
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