LITERATURA Y FILOSOFÍA
Por Julieta Nardone
julinardone@hotmail.com
Con motivo del aniversario del nacimiento (7 de noviembre) del escritor franco-argelino, Albert Camus (1913-1960), proponemos recordarlo con la reseña de una de sus textos más desafiantes, El extranjero (Ed. La Nación). Por un momento, sin embargo, desviaremos el hilo discursivo para comentar simplemente que Camus era un hombre hermoso... Se dice a propósito que cuando se realizó la ceremonia en la que le otorgaron el Premio Nobel, un puñado de mujeres compareció para verlo en persona. Necesitaban apreciar de cerca al joven -siempre lo fue, murió con apenas 47 años-, cuya frente despejada y mirada brillante traslucían una “solitaria solidaridad”. Pero, indudablemente, es más oportuno destacar que además de deslumbrar por sus atributos físicos, como así también de alumbrar a toda una generación con sus reflexiones filosóficas, supo alimentarse del hambre y de la guerra puesto que venía experimentando estas calamidades desde su más tierna infancia. Y por si fuera poco, al igual que sus coetáneos existencialistas, habría de tropezar con el silencio de Dios.
Desmoronamientos metafísicos, crisis y desolación en tiempos de postguerra, el fracaso de las revoluciones, fueron cifrando una estética y una ética que se harían manifiestas tanto en sus escritos como en sus actos. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. Un intelectual rebelde que ha comprometido su libertad en los límites de lo posible; y lo posible parece dimensionarse desde el preciso instante en que el hombre se vuelve completamente consciente de la esencia absurda de su destino.
Así lo demuestra el mismo Meursault, protagonista de la novela que nos ocupa. Este personaje es un hombre sencillo que se muestra incapaz de participar en las pasiones de sus semejantes y sus pasos se afirman en cada gesto totalmente desprovisto de ambición y trascendencia. Casi vaciado de humanidad, la rutina parece ser su único horizonte; sin embargo, dos sucesos irán alterando el letargo de ese automatismo cotidiano. El primero, fuera de su propia voluntad, será la muerte de su madre, a quien no veía desde varios años, luego de tomar la decisión de albergarla en un asilo. Más tarde, se consumará el otro suceso que por lógica entraría en el ámbito de sus decisiones; a saber, un asesinato sin aparente motivación ni rapto de locura. La falta de desesperación y de rebelión, o al menos de reacción, en Meursalut empezará a percibirse por los demás –sobre todo durante el proceso judicial- como la amenaza mayor.
En efecto, el aburrimiento, la ausencia de aspiraciones, la indiferencia frente a todas las alternativas que se le presentan, parecieran colocarlo en la monotonía y el letargo de la mediocridad. Una entrega total al culto de la rutina y al fluir sensitivo, “siempre por la fuerza de la costumbre”. Se le ha revelado el absurdo y la opción vital para él consistirá en otro tipo de resistencia; pues en definitiva, todo ocurre “como si los caminos familiares trazados en los cielos de verano pudiesen conducir tanto a las cárceles como a los sueños inocentes”.
¿La condena al género de lo perecedero en este universo, tan indiferente como infinito, agudiza la entrega a las cosas más simples y terrenales? Sólo en cierta medida. Porque tal vez el absurdo prohíba toda vía de libertad eterna, sin embargo, aumenta considerablemente nuestra libertad de acción. En estos términos, la grandeza del hombre se vería cristalizada por la defensa de su libertad y su verdad en los cercos de ese gran límite, aun cuando conozca toda la magnitud de su condición miserable. Paradójicamente, la clarividencia que constituye su tormento consuma al mismo tiempo su victoria... Y para cerrar -aunque continuando con las palabras vigorosas del propio autor-, cabe decir que se puede o no adherir a la cosmovisión de esta postura filosófica pero lo que resulta incuestionable es que las verdades más aplastantes perecen al ser reconocidas.
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