EL VALOR DEL AFECTO
Por
Marina Moya / Lic. en Trabajo Social
marinamoyaj@hotmail.com
Si
bien con la llegada del Papa Francisco todos los temas parecen al menos
banales, nos damos el lujo de recordar que finalmente en marzo comenzaron las
clases, y junto a ellas se supone, se instalan los medios y condiciones básicas
para que se dé el aprendizaje: instituciones, docentes, horarios, soporte
material –bancos, mesas, sillas, pizarrón, cuadernos, carpetas, libros-,
alumnos, padres, currículo.
El inicio
de clases admite un plus de estrés por lo que significa para toda la comunidad
educativa. Terminado el tiempo de la licencia estival, vuelve al ruedo la
responsabilidad de la vorágine diaria, de los compromisos con las materias, con
el “saber”.
El
sentido común ubica al proceso enseñanza-aprendizaje como aquel vínculo entre
educador-educando donde se transmite el patrimonio cultural de una comunidad,
se adquieren habilidades, conocimientos y destrezas. En el mismo sentido se
ubicará al vínculo entre el educador-educando en los términos de la disposición
intelectual y humana para el enseñar-aprender.
Aunque
poco se hable, se sepa, se escriba o se escuche del “afecto” en la escuela, no
es un condimento menor, ni mucho menos prescindible.
El
afecto, el deseo, lo que se pone en juego en el vínculo educativo, la
expectativa puesta sobre ese niño, sobre sus capacidades, sus necesidades, sus
gustos e ilusiones, su historia de vida, “su saber”, mas allá del contenido del
que se trate, hacen la diferencia en el contexto de aprendizaje.
Lo
viví como experiencia personal. Me sirvió para refutar la creencia y pleitesía
que le rendía al contenido, y a la preparación docente. Vi a mi hijo
modificarse con una docente. Ni para él ni para sus compañeros, fue una maestra
más. Pocos días nos bastaron para comprender la lógica del “afecto”.
Este
mecanismo, tan instintivamente humano, que no cotiza en ninguna bolsa del
mundo, que no otorga puntaje para el escalafón, muestra un camino donde el
aprendizaje se hace posible. Todo un trabajo autorreferencial sobre los nombres
propios y la vida de las mujeres importantes, dio pie al encuentro con su
propia historia. Fue una búsqueda interna que lo movilizó. Y también lo hizo
conmigo. Luego me sorprendió con una consigna donde cada uno debía proyectarse
en función de una actividad que le gustaba y en la que fuera “campeón” del
mundo. ¿Cómo llegar a eso? La planificación era fundamental para lograr un
resultado. La organización. Las prioridades. La tarea era vivenciada en sí
misma como un desafío personal. Ansioso se encontraba por volver a la escuela,
al tiempo común de “corrección”.
En
ese cruzamiento, en esa intersección se encuentran los deseos de “saber”, deseos
que se sostienen y multiplican por la mirada cómplice de un otro que también
desea. Experiencia intensa que resuena en la conciencia sobre lo educativo y
sus alcances. Como aquella plantita que para crecer necesita no sólo de su
tutor, sino también del sol, del agua, y de quien la mire y espere verla florecer,
en cada primavera.
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