Por Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com
En el devenir de la vida, los colores
del paisaje van cambiando. De a poco las pinceladas van cambiando el horizonte,
casi imperceptiblemente. El colorido verano de pieles bronceadas, de sol abrasador,
de reuniones de vereda, va entremezclándose con los ocres, amarillos y marrones
del otoño. Junto a los ocres, el blanco hace su aparición anunciando que el
descanso terminó. Comienzan las clases y con ellas, la emoción de lo nuevo para
algunos y el continuar el viaje de “mochilas cansadas” para otros.
Todo esto, aun con tiempos de
adaptación diferentes para cada uno, no deja de ser algo que sabemos que va a pasar
más allá de nosotros; es previsible.
Pero, en ese río manso a veces,
torrentoso otras, existe la posibilidad de que, agazapado entre los frondosos
árboles, se esconda un salto, una catarata que rompe con el paisaje conocido;
algo que sabemos que quizás pueda pasar, pero…
De repente, ya no podemos manejar el bote
que veníamos piloteando, nos caemos, sintiendo que no hay nada por hacer más
que esperar a que llegue el final, de algo…
“¡Qué desastre!” “¡Es una catástrofe!”
Dichos populares ante cualquier hecho en que la desazón, el miedo y la
desesperanza son los sentimientos que imperan, que se imponen, no sólo para los
que lo sufren directamente sino también para el que mira.
La catástrofe genera una situación de
emergencia, una excepcionalidad que hace
que se corte el curso normal de la vida. Siempre está relacionada con la muerte
o la posibilitad de ella, al enfrentarse con lo que, hasta el momento, era un
fantasma que ahora aparece como una realidad violenta y repentina.
En estos días nos hemos enfrentado con
dos de ellas: la catástrofe natural, cruelmente ilustrada por las inundaciones
bonaerenses; y la causada por el hombre, ante el recuerdo doloroso de la Guerra de Malvinas. Dos
catástrofes tan tristes, tan trágicas…
La primera deja al ser humano ante una
situación de impotencia, de indefensión, de pequeñez frente a la naturaleza:
nada se puede hacer ante el poder que desconocemos… Paradójicamente son las que
se pueden prevenir o evitar con más certeza, ya que son relativamente conocidas
y no siempre tan inesperadas.
Hasta se hace difícil ponerle nombre a
las sensaciones, poder describir lo que decían las miradas de los que sentían
haberlo perdido todo: la casa, el hogar, los testimonios en imágenes y palabras
de momentos compartidos, el tiempo no destinado a los afectos o a los placeres
para verlos desaparecer y esfumarse para siempre… Queda la sensación de
desnudez extrema.
¿La culpa, la responsabilidad? Sólo
para prevenir, porque las marcas en las paredes quizás con una buena pintura
desaparezcan, pero las otras, las que quedan grabadas en el inconsciente no
correrán con la misma “suerte”. “Quién detendrá la lluvia en mi”, canta Maná.
¿Y qué decir de Malvinas sin que duela?
“Tanta inocente sangre vertida”… Catástrofe artificial causada por el hombre. De
hecho es un acto cuyas consecuencias son de estado permanente: llegaron para
quedarse… 649 muertos argentinos, más de 500 por suicidios pos guerra. Qué
agregar… ¿Hay alguna duda que cierra bajo el concepto de catástrofe?
En ambos casos, hay un antes y un
después de este episodio catastrófico, un empezar de nuevo parados frente a las
ruinas de lo que antes había sido la vida, “buena o mala, pero mía”.
Aprendiendo a convivir con los restos humeantes de aquellos días en que las
decisiones sobre el paso a seguir, eran propias. Ahora hay que luchar contra el
miedo y la desesperanza para volver a sentir que se tiene el lápiz en mano capaz
de escribir nuevamente la historia que terminó en puntos suspensivos. Y a
nosotros, los que miramos, nos queda otra misión: que nada de esto se olvide.
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