“LOS MISERABLES”
Por Lorena Bellesi
lorenambellesi@gmail.com
“Cantan toda la película, toda, toda,
toda”, semejante
advertencia merecía que lo piense dos veces antes de ingresar al cine.
¿Exageraban o estaban en lo cierto? Definitivamente, no se equivocaban, desde
el principio hasta el final la voz de los actores se hace escuchar en melodía.
Resulta ser que “Los miserables” (Les Misérables) es en realidad el traslado
a la pantalla grande de la consagradísima pieza teatral estrenada en Francia en
1980, y aún vigente en todos los escenarios del mundo. El director Tom Hooper,
el mismo de El Discurso del Rey, es
muy cuidadoso a la hora de filmar, cada escena se destaca por su belleza
fotográfica, por su delicada armonía entre el contenido de la canción interpretada
y la recreación escénica. La obra en su totalidad es una suerte de concierto
articulado, secuenciado por una potente historia imaginada por el escritor
francés Víctor Hugo en 1862, un clásico de la literatura universal. Cada
intervención es una canción, todo está empapado de música, de movimientos
artificiales visiblemente ensayados. Cuando una frase se escapa sin cadencia,
quiebra el ritmo ininterrumpido y parece ser una intrusión, especie de aparición herética,
desubicada. En este transcurrir resonante, el inolvidable relato de Hugo sigue
ahí, las grandes pasiones humanas se reflejan en la vida de esos miserables,
sumergidos en una realidad injusta y desigual.
Tanto
en la película como en la novela, la cuestión social es omnipresente. La
Francia de la post revolución, que había logrado enarbolar los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, es un
chasco. La voz polifónica del pueblo estremece, está enojado, hambriento y esa
furia irá creciendo hasta tomar forma de barricada, de revuelta juvenil, de
enfrentamiento armado. En este marco cada personaje es un poderoso temperamento.
La presencia medular es la de Jean
Valjean (tremendamente interpretado
por Hugh Jackman); luego de estar preso por robar un pedazo de pan, le otorgan
libertad condicional, pero esta viene acompañada del desprecio y el rechazo. Cuando
parecía que la sociedad lo abandonaba, un alma piadosa le hace ver que todavía hay
esperanza. La compasión, el amor hace posible ver con otros ojos la fatalidad,
la desgracia, la vida en sus peores momentos. Valjean continúa su vida bajo otro nombre, se crea a sí mismo, hace
de sí una persona bondadosa que practica la justicia y la solidaridad. Ese aura
de nobleza no impide el conflicto de conciencia, puesto en medio del vendaval
de la historia. A su vez, en su afán de hacer cumplir la ley, el inspector Javert (Russell Crowe) nunca dejará de
perseguirlo, ambos protagonizarán un juego de persecución y evasión incesante.
Entretanto, la vida de Valjean cambiará radicalmente luego de conocer a Fantine (la conmovedora Anne Hathaway),
una desamparada y sufrida obrera, y a su
hija, Cosette (Amanda Seyfried). En
el instante en que el ex convicto acepta compartir su vida con la pequeña,
hacerse cargo de ella, ya no será el mismo.
Es
que la paternidad no es únicamente un hecho biológico, es un espíritu
proteccionista que está albergado en el corazón de hombres nobles, y a veces en
el de mujeres valientes. El padre es un sujeto que hizo de vos una persona, por
eso se lo idolatra, se lo respeta, se lo homenajea perpetuando su nombre en
hijos o nietos. Es presencia, te aplaudió, te castigó; en soledad, o no, se
preguntó qué hizo mal, se sintió orgulloso de vos… Cómo no aprovechar este
espacio para decir entonces: Feliz día papá.
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