Por
Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com
En una actualidad en la que la
tecnología nos presenta miles de opciones en nombre de la comunicación, en la
que sólo parecemos importarnos nosotros mismos y el yoísmo vive su mayor
apogeo…
En un momento en que los auriculares
nos ayudan a no registrar al otro que pasa a nuestro lado y que la violencia toma
rasgos de lenguaje universal, quizás tengamos que detenernos un poco para
entender eso de sabernos “seres sociales”…
Hay fenómenos que muchas veces
llamaron mi atención: los encuentros de fútbol, por ejemplo. ¿Cómo es que, más
allá de la rivalidad, broncas guardadas durante toda la semana, etc., logran
sin embargo sonar casi afinados? Al unísono, miles de personas entonando una
melodía robada en la que se entiende perfectamente música y letra. Sin ensayo
previo, ni partituras, ni grandes directores moviendo frenéticamente la batuta…
Una
armonía lograda más allá de las diferencias.
Más de veinte mil habitantes hay en la
ciudad que me recibió, me brindó trabajo, familia y compañeros de la vida. Allí,
dos mil doscientos artistas se dieron cita en la propuesta provincial que les
permitió disfrutar un fin de semana cultural… Todos ellos compartiendo terruño y…
casi no se conocían entre sí.
Podría pensarse que quienes hacen
arte, quienes cultivan el don de poder decir más allá de la palabra, son en sí
mismos un puente de apertura hacia otro que mira, que escucha, que siente…
dándole sentido a la expresión. Enriqueciendo desde la diferencia.
La muerte del autor, que plantearan los
filósofos Barthes y Foucault, son teorías que nos indican la desaparición del
sentido que originó la creación, para dar paso al significado con que lo
atraviesa a aquel que lo recibe, y desde ese lugar, lo hace propio.
Podría pensarse que la muerte del
autor enmarca en realidad el nacimiento de otro, ese otro que resignifica y
crea.
Entonces, ¿qué seríamos nosotros sin ustedes,
que nos reinventan en cada lectura? ¿Para
quién entonaría sus coplas el cantor enamorado? ¿En qué podría inspirarse el
poeta para darle forma a sus palabras?
Desde el principio de la historia
somos parte de un engranaje que conforma un todo, una gran maquinaria que nunca
funciona perfecta, por supuesto, porque cada pieza tiene a su vez, su propio
ritmo, marcado por la historia transitada. Pero es parte al fin...
Con lo cual, podríamos inferir que la
soledad es casi un imposible. La soledad absoluta, esa que nos recuerda al
libro “El náufrago”, esa que no podría ser contada porque no hay recepción
posible.
Es que, desde el comienzo somos, a
partir de la unión de dos, y el ser se constituye desde otro que nos registra y
nos presenta.
La soledad es entonces, un
sentimiento. Podemos sentirnos solos, incluso teniendo compañía. Compañía que
implica a otro que creemos atrapado en su mundo de soledad; por lo tanto,
también existe la posibilidad de que aquellos mundos al parecer tan diferentes,
algún día decidan acercarse y generar un comienzo en el cual sentirse solos sea
sólo un recuerdo.
Aún sentirse solos hace referencia a
otro que no nos elige o no elegimos…
Por eso emociona ver y escuchar cómo,
sin previo ensayo, el idioma universal por excelencia que es la música, une
pasiones y saberes, académicos y del pueblo, desde uno que entona, otro que silba,
aquel que hace palmas, zapateos, saca notas imposibles con instrumentos que
acompañan noches de soledades elegidas y no…
Somos con el otro. Y desde ese lugar,
no habrá auriculares que puedan vencer el diálogo, celulares que superen una
mirada, ni computadoras que sustituyan el calor de un abrazo…
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