Libre Asociación / El tiempo pasa*

Por Carlos Bonino
carlosgbonino@gmail.com


A mis treinta y diez, “el tiempo me enseñó que con los años, se aprende menos de lo que se ignora”. Los niños van a la escuela a aprender y los políticos van a los retiros espirituales para… bueno paraaa... Paraná, puede ser una contracción de “para nada”, pero es la capital de Entre Ríos. En Rosario, Urquiza es una calle que no se cruza con Juan Manuel de Rosas. La sandía no se cruza con el vino. Pampita no se cruza con la China y los mexicanos no se cruzan más a Estados Unidos. Para los niños es un pato, para los grandes fue un cantante que le cantaba a las olas y al viento. Pero ahora, es un tipo que tiene al mundo “tiritando”.
“El tiempo me enseñó que los traidores se sientan en la mesa a tu costado”. Diego Bossio se corta el pelo como The Beatles, Macri tenía el mismo bigote que Freddie Mercury y Julieta Ortega es como un helado de agua: la mantiene el palito. El flaco de Tandil nos dio otra alegría y ganamos por primera vez la ensaladera de Plata. Ahora falta que Pato Bullrich ponga la cara de vinagre y Arjona el aceite. ¿La sal? Ahí tenemos a la selección hace rato. En verano no hay fútbol, cierran las escuelas y las mallas del año anterior se achican. Debe ser el cambio climático. Tenemos que echarle la culpa a alguien. En Europa a los musulmanes, en Argentina a los bolitas y en la balanza a las hormonas o a las glándulas. Cerrá la boca. Abrí la River.
“Prefiero ser un tipo pobre a ser alguna vez, un pobre tipo”. Los ricos también lloran, a veces sus mucamas les soplan la nariz después de cortar cebolla. Tiene muchas capas, como Batman, porque se le rompen en cada misión. Ahora lo hicieron pelear con Supermán. Al perdedor le dicen cebollita. Al que erra, Pipita; y a la engañada Pampita o Maxi en su versión masculina. De eso no zafa casi nadie, como del impuesto a las ganancias. Sólo los jueces o los padres de los niños ricos, que ahora pueden blanquear sus millones no declarados. Los lavarropas se parecen a mi panza, porque dejaron atrás la tabla.
“El tiempo me enseñó que la miseria es culpa de los hombres miserables”. Suma cero: más tiene uno, menos el otro. Suma 10: más hijos tiene Maradona, menos guita para comprar tintura. Por el pelo de hoy, ¿cuántos contaste? Pocos. Como los billetes de 500. Las ballenas van al sur para aparearse. Autocensura (no diré nada de los viajes a Bariloche). El chocolate es como una vieja canción de Luis Miguel, va directo al corazón. El pájaro y la flor. Las medias y los pies. Disfraz de Papá Noel y transpiración. La navidad es el reencuentro de la familia, la alegría de los niños y la ruina del sistema digestivo. Bebemos champagne, comemos sandía, explotamos la tarjeta cuando vamos a la juguetería. Eso es el espíritu navideño. Usted, ¿sabe qué significa? Yo no. A la navidad la esperamos con ansias, igual que a los mundiales. De uno, salimos con dolor de estómago, sin ganas de levantarnos de la cama, aturdidos por los gritos de los niños. Del otro, ponemos garra y planificamos la cena del treinta y uno.
“El tiempo me enseñó que desconfiara de lo que el tiempo mismo me ha enseñado”. Póngase de acuerdo. Tiene más idas y vueltas que Moria y Carmen. Mirtha, en cambio, siempre derecha y humana. A diferencia de la banana, torcida y vegetal. En Brasil a las hinchadas de fútbol les dicen torcidas, ¿serán un país bananero? En ese país, los monos cazan y la mona Giménez. Es momento de fiesta, pero a no perder la cabeza como los leones que vieron a la Vanucci.
"Así que mis queridos chichipíos, la neurona atenta, vermouth con papas fritas y ¡¡¡GOOD SHOW!!!” Felisa me muero, para todos y todas.


* Todavía me faltan 30 años para que la directora me entreviste en esa sección que tituló “Lo que el tiempo me enseñó”. Por eso recurrí a Tabaré Cardozo y armé mi propia versión...

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