DE REOJO
Por Sebastián Muape / sebasmuape@gmail.com
El
miedo no existe. No existe el espanto tampoco, no cuenta el temor, no suma el
terror. Al menos acá, donde debería, mi cuerpo y esa emoción no se hablan. No
me confunde este silencio, este tibio y transparente silencio repentino,
atravesado por la incandescencia de esos rayos del fin de la tarde, que me
llegan oblicuos y deformes. Rayos móviles que se quiebran más arriba. Sí, en
este lugar el tiempo fluye diferente al de afuera, acá va… no sé, distinto. Los
sonidos, no todos, igual que esos rayos, también se deforman. No me voy a dejar
llevar por el llanto, que lloren, acá yo estoy bien, bien; no “mejor”. No elegí
caer en este rinconcito, simplemente caí, viajé y contando azulejitos, me
hundí. Estoy azul, es cierto; mis labios azules, mis párpados también, azules las
palmas de mis manos, azules mis pies. Elijo no gritar, aprieto los labios con
fuerza y viajo y viajo. Se me pone lánguido el cuerpo, ámbar y translúcida mi
piel, ¿los ojos? los ojos no sé. No mamá, no me busques ahí, decile a los demás
que no me busquen ahí, no me van a ver al ras, ni me verán caminar, no estoy
donde debería estar, ni tirado en el pastito, ni siquiera escondido atrás de
aquel rosal. Que no se apuren tampoco, nada malo me va a pasar. Y si bien
parezco aislado acá, yo te juro mamá, acá no hay soledad. ¿Por qué gritás así,
mamá? ¿Por qué lloran allá? Paralizados, tiesos, estupefactos, ahora me miran
sin intentar. Sólo vos mamá, solamente vos sabés actuar. ¡Te veo venir,
valiente Sirena! Regalame una burbuja, ¿dale? ¿Viste mamá? ¡El sol hace fuerza
y llega hasta acá! Por eso me encontraste, porque el sol llega hasta acá. Mi
amiga la tarde y yo, nos dejamos encontrar. Dame un ratito más, por favor… No
terminé de charlar, me están cuidando, me abrazan; me quieren de verdad. ¿Lo
ves mamá, lo escuchás? ¿Qué miedo? Vos no te asustes, que tampoco se asuste
papá. Y van a ver cuando les cuente, denme unas horas más. El corazón se me
quiere escapar y tiene ganas de llevarse también mis pulmones. Eso va a ser un
alivio, hace un ratito me ardían, entonces los voy a soltar, sí, total, me alcanza
con los oídos y sobre todo, con mis ojos. ¿Mis ojos? Mis ojos no sé, cerrados o
abiertos da igual, estoy viendo todo y estoy escuchando también. Mis pestañas y
el flequillo, bailan al mismo compás. De cara al rinconcito me quedé acurrucado
y tibio, igual que allá en la panza, sumergido en esa misma paz. ¿Ya llegó
papá, qué le contaron? Lo extraño. Mañana hablamos, los espero a los dos; ahora
voy a descansar. Necesito volver a casa. Quiero un avión para ir al cielo. Qué
maravilloso es respirar.
Me
hacés reír mamá y hay mucho eco en los pasillos. Nos van a retar. No entiendo
el porqué de tu sorpresa, para mí ya todo es tan normal. Dale, secate las
lágrimas, creéme que llegó el tiempo de reír. Dejá esa foto adentro del libro,
no la necesito. ¿Cómo que no conozco al abuelo? ¿Quién creés que me sacó el
susto y hasta que llegaste, valiente Sirena, con los brazos como cuna y entre
sonrisas, jugó conmigo a la verdad? ¿Miedo de qué?
Tenías
una historia un poco ajada, algunos años con gusto a
limón. Para cuando le toqué timbre al mundo, había partido. ¿Es así? No te dio
tiempo, ni respuestas. A vos te estaba faltando una palabra, mamá, de esas que
jamás iban a llegar; bueno, escuchá: a mí me dijo que
no tenga miedo, que ya ibas a venir, que me quiere mucho; y a vos, que te
quedes tranquila, que también te quiere mucho, de verdad. Espero que te
alcance.
No
preguntes más, me voy a poner serio, mirame: era tu papá, mamá; era tu papá.
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