Por Carina Sicardi / Psicóloga
El
ciclo se termina. Una vez más, parecería que el círculo llega a su engañoso
cierre. Doce meses transcurridos y casi irremediablemente empezamos a pensar
cómo han sido, si se cumplieron nuestras expectativas, o si tenemos que apurar
los pasos para que demos lugar a nuevos propósitos. Sí, sabemos que es
simbólico, pero quizás sea necesario como un punto seguido, o un punto y coma…
Javier
llegó una tarde a fines de diciembre, en este mes en el que nadie parece querer
empezar nada… Pero él estaba ahí, dispuesto a enfrentar lo que fuese o lo que
no quería que fuese…
Su
desparpajo inicial en el saludo, nada tenía que ver con el miedo que encerraba
su mirada… Ese miedo de no saber a qué se enfrentaba.
Él
llegó por una derivación del médico neurólogo: no lograba conciliar el sueño,
sin base orgánica aparente. Después supimos cuántos vericuetos mentales tuvo
que transitar para llegar a ese día, a ese encuentro en mi consultorio.
Javier
tenía por entonces 40 años, una vida laboral resuelta, una inteligencia que iba
más allá de los libros, un perro compañero fiel y… una casa hermosa, enorme,
como para su tamaño… y soñada para ella…
Una
agitada vida amorosa de encuentros y desencuentros que le dejaron, en su
mayoría, lindas historias para recordar, porque algo transversalizaba a cada
una de ellas: el respeto por la mujer elegida en ese momento, y la verdad…
aunque duela… (“Usted es todas menos una”, diría Dolina.)
Mezcla
de eterno soñador con imagen de incorruptible realista, sabía que no podía
frenarse en ninguna que no le generara la ilusión de ser el amor verdadero, ese
que no dejaría de buscar aunque le llevara una vida en que la soledad parecía
ser siempre el final del camino.
Pero
en esta historia apareció ella, la que no era ideal ante sus ojos, pero a la
que sin embargo lo unía la piel y las ganas… Ella, a la que ayudó como a todas…
y más. Con quien soñaron familia e hijos… Ella era el puerto donde quería
parar…
Siete
años de uniones y despedidas. De duelos espantosos. De perfecta compañía y de
discusiones de la misma talla. Tanta pasión en el tiempo compartido como en los
distanciamientos que parecían no tener fin, como parte recurrente de esta
historia de amor, esperada por él en cada mujer conocida en esas cuatro décadas.
Llegó
a la terapia en una de esas rupturas (¿una más?). ¿Cómo no iba tener insomnio?
¿Cómo no iba a “perder el sueño”?
Justo
ahora… que terminaba el año con la ilusión de comenzarlo juntos… Su sistema
digestivo también empezó a hablar por él, por su dolor. Por eso que no quería y
no podía digerir.
Una
catarata de escenas de celos de parte de ella, inabarcable e insoportable,
parecía querer destruirlo todo… Quizás porque ella sabía que total, siempre
existía la posibilidad de volver…
Pero
esta vez, su cuerpo hablaba por él. Y él decidió escucharlo… y decodificarlo.
Ese
cuerpo que colapsaba con cada dolor por el desencuentro con la mujer amada, se
resistía a pensarse descubriendo en terapia lo que quizás ya supiera, y no
quisiera saber…
La
escisión de la que se hacía cargo y desplegara en su discurso (“mi cabeza y mi corazón no se ponen de
acuerdo”), lo mantenía en un estado de angustia que no lo dejaba estar
saludable. Pero un día dijo que no, ojalá no sea como tantas veces, ojalá sea
esta vez por él…
Ese
valiente gigante de ojos azules, se atrevió a empezar donde todo terminaba,
hasta el año, en el último de sus meses. No podía ser de otra manera…
Ojalá
nunca pierdas tus sueños. Ojalá sigas teniendo la fortaleza de buscar aun lo
que no queremos encontrar. Ojalá seas tan feliz como te lo merecés. Ojalá
brindes de a dos en estas fiestas y en todas aquellas en que la eternidad del
amor, lo permita…
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