Por Julieta
Nardone
¿A LA SALUD DE LAS PALABRAS?
Nietzsche
arroja la pesada piedra en el estanque del pensamiento, esa piedra que no cesa
de expandir círculos a su alrededor. Capaz de remover el campo de las ideas en
los bajos fondos de la memoria. ¿Qué dice el filósofo, en su voz demasiado
humana? La verdad es un ejército en movimiento de metáforas. Y
más… dice también que la verdad es la
mentira más eficiente. Al no poder ser descubierta como tal, estamos ante
la mentira con mayor injerencia en la realidad. La más operativa.
Susan Sontag
(1933-2004), escritora y ensayista estadounidense, bucea en esas mismas
profundidades con “Metáforas de la
enfermedad”, descendiendo hacia las
implicaturas, los no-dichos del lenguaje de la salud. La enfermedad (ayer
sífilis y tuberculosis, hoy cáncer y sida) se nombra como un misterio al que
hay que temer irreflexivamente, alusiones que desplazan o sustituyen la raíz empírica
de sus fuentes y efectos: “…cualquier
enfermedad importante cuyos orígenes sean oscuros y su tratamiento ineficaz
tiende a hundirse en significados”.
De acuerdo
con Sontag, una enfermedad física se vuelve “menos
real –pero en cambio más interesante- si se la puede considerar mental”.
Así, en la modernidad existe una tendencia a ampliar la lista de enfermedades
mentales: “Una enfermedad es así un hecho
básicamente psicológico, y a la gente se le hace creer que se enferma porque
(subconscientemente) eso es lo que quiere, que puede curarse con sólo movilizar
su fuerza de voluntad”. Pensamientos
polémicos como éstos, la autora los encadena con la negación de la muerte, tan
propia de nuestra cultura, y lo que resulta todavía más interesante, con una
mirada punitiva de la enfermedad.
Esta
concepción moralizante tiene especial operatividad en el cáncer ya que esta
enfermedad se halla al servicio de una concepción simplista del mundo (a
diferencia de la tuberculosis que estuvo ligada a una visión romántica): “a menudo se vive el cáncer como una forma
de posesión demoníaca –los tumores son malignos o benignos, como fuerzas
ocultas-”. Si la tuberculosis era un padecimiento del YO (extremadamente
sensible y apasionado), “el cáncer es la
enfermedad de lo otro”. De hecho, muchas metáforas son tomadas del ámbito
militar y refieren a esa peligrosa otredad que colonializa el propio cuerpo;
expresiones tales como “la invasión de células extranjeras” o “mutantes”... Una
energía mal administrada –si se piensa en el contexto utilitarista que origina
esta retórica- que, como acierta Sontag, constituye
el insulto supremo al orden natural.
En
la mesa de disección, también sondea aquellas representaciones más arraigadas
en torno al sida. Barrunta el principio de eficacia que manifiesta la palabra autorizada en tanto que
puede, en alguna medida, reforzar el miedo, la evasión y el aislamiento de los
sujetos afectados. “El sida soporta una
metáfora decisiva: la infección, la contaminación, el contagio. Su transmisión
es, primordialmente, de carácter sexual, con lo que suscita una oleada de
recriminaciones, anatemas religiosos y denuestos moralistas (…) Con la metáfora
de la infección, de la diseminación masiva del virus, se justifica a los ojos
de muchos la figura del paria digno de toda desconfianza”,
Como
se ve, el sentido sesgado de este ejército
de metáforas contribuye a estigmatizar ciertas enfermedades, y por tanto, a
quienes están enfermos. Es cierto que no podemos prescindir de una retórica, no
obstante, podríamos reinventar una más alentadora. Ante tantas tribulaciones de la vida, amigos,
cerremos entonces con Machado que poetiza esta ficcionalidad de lo real aunque bifurcando, rebelde y ágil, ese
mismo camino: “Se miente más de la cuenta
/ por falta de fantasía / también la
verdad se inventa”.
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LITERATURA PARA NIÑOS
CADA CASA, UN MUNDO
El
prolífico escritor santafesino, Enrique Butti (1949), ya fue presentado en
estas páginas en ocasión de recomendar una versión original e ilustrada sobre
los mitos griegos. Ahora, queremos sugerirles esta novela de aventuras,
bastante reciente (2006) e irrefutablemente actual.
Un joven
llega a la escuela. Es “el nuevo” para los demás, pero de inmediato lo integran
a La Banda de los Ocho (que en
adelante pasa a ser, por supuesto, de los
Nueve). El día transcurre repleto de aventuras. Hasta entonces, no hace
falta un gran escenario porque cada intríngulis
surge del interior de las casas de los propios integrantes de la banda: “Cada casa es un mundo, dice el abuelo de
Leonardo que se cree Sancho Panza y se la pasa hablando con refranes traídos de
los pelos. Pero las casas de mis amigos de la banda, la de Rubén por ejemplo,
más que un mundo es otro planeta. Y la de Agustín, más que planeta, es una Vía
Láctea entera, bien batida, una ricota de la Cuarta Dimensión…”
Hijos de
familias “difíciles”, encuentran rarezas y entretenimientos en esos espacios
íntimos. Sin embargo, los espera un acontecimiento “sobrenatural”, o por lo
menos “extraño”, y a partir de allí, deberán desentrañar un enigma peligroso
para salvar al barrio entero…
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