ALMA
ATORMENTADA, CUERPO SATISFECHO
“SHAME: SIN RESERVAS”
Por
Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Una de las
consecuencias más perniciosas que padecen las personas adictas, es la
incapacidad de ejercer un control pleno sobre sí mismas. Lo compulsivo de sus
actos las arrastran a una desenfrenada carrera por conseguir aquello que le
resulta desesperadamente valioso, aquello que les es indispensable para poder
subsistir, llámese droga, alcohol, lo que sea. Existe un tipo particular de
adicción que suele estar sitiado por un gran tabú, debido a la falta de información
y al prejuicio social insinuado en su consumación. Se trata de la adicción al
sexo. La película del director inglés Steve McQueen, Shame: sin reservas, grafica el insondable drama de quien lo sufre,
la angustia existencial de un individuo atrapado, mejor dicho, manipulado, por su
incontrolable dependencia.
El actor Michael
Fassbender interpreta, maravillosamente, a un personaje de raigambre dual. Brandon Sullivan es un treintañero
neoyorkino exitoso, atractivo, reservado, asume la apariencia de ser un
“caballero”. Sin embargo, encubre una verdad acerca de sí mismo que lo
atormenta: una vida hipersexualizada, disociada de cualquier tipo de relación
afectuosa. Consume pornografía en el trabajo, apenas llega a su casa, luego de
abrir la puerta y encender la luz, antes de acostarse. Sus inquietudes sexuales
son una obsesión que no le dan respiro, torturado interiormente intenta
mantener bien oculta esta ignominiosa realidad. La palabra “shame” significa en
inglés “vergüenza”; la soledad de su íntimo padecimiento lo lleva a aislarse, a
alejarse lo máximo posible de la mirada condenatoria de los otros. Pesa sobre
él el temor de ser juzgado como pervertido, y no como enfermo. Su pose de
galán, su incapacidad para comprometerse en relaciones sentimentales a largo
plazo, no es algo que él dispuso, o prefiera. Es la única alternativa posible a
su personalidad, y lo vive como un fracaso, una frustración de la que no se siente
orgulloso, todo lo contrario, acentúa su impotencia.
Si bien evitó a su
única hermana, Sissy (una estupenda
Carey Mulligan), inesperadamente, un día ella aparece y se instala en su
departamento, en su vida. Entonces, las reglas del juego cambian. A Brandon, ahora, le resulta una tortura
mantener la máscara de hombre “normal”, se siente atrapado, acorralado por su
presencia. Sissy es distinta a él,
extrovertida, alegre, desordenada; se gana la vida como cantante aficionada, su
sensibilidad y sentimientos se traslucen en su dulce, conmovedora voz. Pero al
igual que su hermano, hombre de escasas palabras, existe en ella una tendencia
irrefrenable hacia la autodestrucción. Ambos son una especie de parias
sociales, en el sentido desesperante de no saber cómo continuar, cómo
levantarse y seguir con ese dolor que maneja sus vidas.
La película no se
caracteriza por ser muy dialogada, está prácticamente sostenida en la gran
actuación de Fassbender, en un histrionismo estremecedor y convincente. En el
comienzo de la misma, estando en una reunión de trabajo, su jefe lee un informe
en voz alta para todos los presentes, y al oír “eres repugnante”, Brandon, que estaba distraído, levanta
la cabeza y su mirada abatida lo dice todo. Parece sentirse aludido, señalado
por el dedo, marcado y condenado.
Los tonos fríos, el
azul, el gris, elegidos por el director para contar la historia, aplacan las
escenas más osadas, les inyecta una total falta de sensibilidad, privilegiando
el puro arrebato mecánico, desbordante. Shame
corría el riesgo de ser superficial o muy obvia, obscena dado el tema de su
argumento; sin embargo, es inteligente y profunda. En esta ocasión, el sexo no
es una cuestión de adolescentes, ni un atractivo para conseguir más
espectadores, tal cual el cine nos tiene acostumbrados. Acá es un tipo de droga
de alta pureza, un vehículo hacia el aniquilamiento de sí mismo.
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