Editorial


El cierre de esta edición Nº 27 correspondiente al mes de mayo, se realizó en medio del fin de semana largo a que dio lugar el Día del Trabajador. La llovizna acentuó el clima otoñal pero nada detuvo a quienes aprovecharon el feriado para ir y venir hacia y desde aquí o acullá. No hace falta ganarse el Quini para poder visitar amigos, familiares y afectos en general; sino más bien tener la determinación de hacerse un espacio de tiempo y vencer la pereza que siempre hace de las suyas para intentar imponernos su característica inmovilidad. Porque, a pesar y más allá de todo lo que sucede a menudo -mucho de ello podrá ver en las páginas que siguen-, para qué sirve la vida si no es para compartirla con los seres queridos. Nada descubrimos si hablamos del poder terapéutico de la risa y el efecto inconmensurable del amor en todas sus formas y tonalidades. Si a ello sumamos “la terrible sinceridad” sobre la que escribió un texto estupendo el porteño Roberto Arlt, la fórmula se convierte en sencillamente imbatible. Porque saber, conocer y estar informado es indispensable, pero se vuelve inútil si con ello lo único que logramos armar es un castillo de quejas, repetido y repetitivo, sin ningún plan alternativo para repeler, cambiar o destituir aquello que nos embroma la vida. Y porque mantener ejercitada la sensibilidad nos permite no ser “tomados” por la estupidez que hace que el “parecer” y el “tener” sean más importantes que el mismísimo, prioritario y profundo “ser”. Siguiendo por este carril, la expresión de ese “ser” se da a través del “hacer”. Y es ahí donde el trabajo con su festejo internacional el 1º de mayo, se vuelve un tema fundante. Porque trabajar, en la primera acepción del Diccionario de la RAE, es ocuparse en cualquier actividad física o intelectual. Y el modo en que ejecutamos esa ocupación, revela quiénes somos y hacia dónde enfocamos, nuestra predisposición. Es para pensarlo, en toda oportunidad.   

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