DE
AMOR, ¿DE LOCURA Y DE MUERTE?
Por Carina Sicardi
Si hoy tuviera que responder a la
hipotética pregunta de cuál es el motivo más frecuente de consulta, yo diría,
sin dudar, que es el desamor. Desamor visto desde el lugar de no sentirse
elegido por un otro al que el sujeto ha ubicado en el lugar de objeto de deseo.
Como bien dice Rolón: “más he visto
sufrir a una persona por la pérdida de un amor que por una angina”.
Esto nos enfrenta con el fantasma de
la soledad, que rompe con el mandato familiar, social y hasta bíblico de
caminar de a dos, en par. Entonces, cuando alguien que hasta el momento formó
parte del fondo del cuadro del cual somos protagonistas, comienza a tomar forma
y a convertirse en figura, se despierta la ilusión de creer que ese es y será
el que queremos que nos acompañe a transitar sin soledad el camino de la vida.
Aquí comienza el desafío. Porque el
encuentro en un punto determinado que marca el comienzo de un camino en común,
a partir del momento de reconocerse, determina, casi por añadidura, que antes
vivieron historias diferentes.
“En
los asuntos del corazón, no elegimos sino lo impuesto y no queremos sino lo
inevitable”,
dice Lacan.
Sin ser conscientes de la frase
anterior, sucede el creer que encontramos a esa persona, a la esperada, a esa
que hace que todas las demás respondan a la frase de Alejandro Dolina: “Usted es todas menos una”.
El encuentro con ese uno, marca el
comienzo de la serie; entonces, para el enamorado, parece que el paisaje ha
cambiado de color, todo su mundo se inunda del ser amado, cada frase dicha
remite a pensarlo, repensarlo, y una sonrisa inevitable sorprende a propios y
extraños. “Dicen que te cambia la cara”,
canta Marcela Morello.
Esa primera etapa, la del
enamoramiento, que nos remite al recuerdo del cuento infantil en donde el sapo
se transforma en príncipe, es la que hace que incluso, formaciones del
inconsciente como los olvidos, también sean atribuibles al amor y, aunque
antigua, resurge la frase “cabecita de
novia” o “está enamorada, por eso se
olvida de todo”, echando por tierra toda teoría analítica o enmascarando,
por qué no, un incipiente mal de Alzheimer.
Es en esta etapa, donde el amor y la
locura parecen tomarse de la mano, demostradas en las palabras a veces
románticas: “estoy loco por vos”,
otras eróticas o casi con un tinte de violencia, según el énfasis que se la
ponga: “me volvés loco”…
Es que un día descubrimos que esa otra
mitad que creíamos perdida y que desde el amor parecía habernos devuelto la
sensación de completud, no es así, la mitad de la medalla del corazón tiene
imperfecciones que no logran, por más que insistamos, darnos la exactitud del
perfecto entero. Siempre hay algo que falta. Entonces, ese hombre que me
conmovía por sus hermosas frases de amor, se convierte en “el pesado que no me deja en paz”, o aquella mujer que me llenaba el
día de dulces mensajes, es ahora la que “me
ahoga con tanto palabrerío”.
Es la etapa del desencanto, donde
empezamos a descubrir detrás del traje de príncipe, restos de piel verde
rugosa, del sapo que fue.
En el mejor de los casos, sobreviene
otra etapa que es la del amor maduro, amar al otro con sus faltas y fallas,
aceptando esto para poder seguir. Y si no, de a poco iremos descubriendo que,
la persona que por un tiempo compartió con nosotros el protagonismo de la
figura del cuadro, comienza a mimetizarse con el fondo para volver a ser sólo
parte del paisaje.
Cierro con mi respetado Gabriel Rolón:
“Vivir consiste en aceptar la falta y
sobreponerse a lo perdido”.
Como siempre las palabraa justas !! Que bueno leerte cari!!
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