Por Mariano Fernández
marianoobservador@gmail.com
1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.
2. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante Ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.
Articulo 128, Constitución Española
“Nuestro
petróleo, nuestro gas y nuestra energía no se pueden poner en manos de una
empresa extranjera porque eso nos convertiría en un país de
quinta división”.
Este no es ningún dirigente tercermundista de
corte nacionalista. Esta declaración pertenece a Mariano Rajoy, es del año
2008, cuando Repsol estaba por vender parte de su paquete accionario a una
petrolera rusa. Es llamativo por dos cosas: por un lado Rajoy hoy cambió su
postura radicalmente, con respecto a los hidrocarburos; y por otro, España no
posee en su territorio un metro cubico de gas, ni un barril de petróleo, como
para animarse a utilizar el posesivo “nuestro”. Nadie resiste un archivo, no
descubrimos nada con eso. Que la expropiación de YPF ha levantado polvareda, tampoco
es un hallazgo. Para analizar la medida, y ser lo más objetivos que nuestras
preconcepciones ideológicas nos permitan, tenemos que confiar en los números,
los fríos números. YPF S.E. (Sociedad del Estado) era capaz de autoabastecer el
mercado interno, uno menor en rigor a la verdad, pero muy lejos de los 9000
millones de dólares de déficit anual en materia de importación de hidrocarburos
que arroja hoy la balanza de YPF S.A. (sociedad anónima, recuerde esto). El
costo de producción del petróleo ronda los 16 dólares el barril. El precio en
el mercado es de 102 billetes verdes. La ganancia es tan pasmosa que a lo único
que podemos atribuir la falta de inversión de Repsol en tecnología, prospecciones,
aumento de la productividad, etc., es al
desinterés. Desde lo jurídico, el incumplimiento en materia de inversión y
otras, hace que la concesión caduque y “al caducar la concesión, la
misma revierte plenamente al Estado” (así dice la ley vigente sobre la
privatización de YPF).
Ahora, el segundo análisis: ¿revierte realmente al Estado? ¿Qué sucederá
con YPF? Ojeando diarios de tirada nacional, leemos en un intento de demonizar
el accionar gubernamental, la palabra “estatización”. Y si hacemos lo propio
con medios más afines al gobierno nacional, y al gobierno nacional mismo, vemos
negar enfáticamente que se trate de una estatización. Estatizar, sería
entonces, la palabra prohibida. Nada más lejano de la situación de la
petrolera. YPF seguirá siendo una Sociedad Anónima. Cotizará en bolsa, tendrá
dueños, y reza en el proyecto de ley en sus artículos 15 y 16 que YPF será una
sociedad anónima abierta: “acudirá
a fuentes de financiamiento internas y externas, y a la concertación de
alianzas estratégicas, uniones transitorias de empresas, y todo tipo de
acuerdos con otras empresas públicas, privadas o mixtas, nacionales o
extranjeras”. Más de lo mismo. En cuanto a indemnizar a Repsol, de comprobarse
que se incumplió el contrato, sería un error muy caro.
Al que le preocupa que
el Estado “se quede” con la empresa, tranquilícese, eso no es lo que está en
los planes. Ya hubo reuniones del gobierno con Exxon, Chevron y otras. Y al que
tenía una esperanza de que eso suceda, manténgala, el debate está abierto en la
sociedad argentina y eso puede condicionar el escenario. En los pozos
petroleros de nuestra Patagonia, los obreros discuten sobre la participación en
las decisiones de la empresa, sobre “estatizarlas a todas” y control obrero en
la producción. Asústese o anímese, según corresponda. Un amigo me dejó una frase
de un ilustre argentino para ilustrar la situación: “A aquellos argentinos que por un indigno
espíritu de partido se unan al extranjero para humillar su patria y reducirla a
una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española;
una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”. A todos nos vale, la máxima de Don José de San Martín.
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