TESTIMONIOS
DE FRATERNIDAD
“CABALLO DE GUERRA”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Caballo de guerra (“War horse”) es un film enorme, un
“peliculón”, de esos que su gran director, Steven Spielberg, maneja con
naturalidad y maestría. Su modo fabuloso de contar, secuencia detalladamente
andanzas y peripecias con una franqueza propia del séptimo arte. En esta
ocasión, recrea con mano de artesano la Europa de la Primera Guerra Mundial,
consigue hacer relucir memorables escenas, protagonizadas por personajes
sumamente conmovedores. La historia tiene un registro emocional de alto
impacto, ya que el despiadado conflicto bélico promovió la separación de dos
leales amigos: el joven Albert (Jeremy Irvine) y su caballo Joey.
El
granjero Ted Narracot (Peter Mullan) para
hacer de ese día, un Gran Día, decide seguir su propia intuición, por eso
resuelve comprar un caballo totalmente inútil, a simple vista, para las faenas
del campo. Cuando ve por primera vez al magnífico animal, reconoce que es
único, diferente a cualquier otro. Y ahí nomás, paga por él un precio
ridículamente alto. Corre por las venas del gallardo potro cierta pureza de
sangre, su estilizado cuerpo manifiesta un carácter indomable, la indisciplina
propia de los seres que han crecido libres. Por lo tanto, se ubica en las
antípodas de la docilidad requerida como animal de labor. Sin embargo, la
afectuosa paciencia de Albert, hijo
de Ted, logra en un corto tiempo,
grandiosos resultados. Ambos se complementan maravillosamente, cada uno
comprende la intención del otro, la humanizada mansedumbre del caballo queda
coronada al ser bautizado con el nombre de Joey.
Pero los tiempos son durísimos, la situación económica de la familia no es la
mejor, la providencia misma parece
ensañada con ella. Asediado por las deudas, de cara al riesgo de perder la
granja, único medio de sobrevivencia, Ted
toma una decisión muy odiosa. Vende a Joey
a la caballería británica para ser utilizado en la Gran Guerra.
A
partir de aquí la acción se traslada a las trincheras, dejamos atrás el verde
ondulado de la campiña, y nos sumergimos en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo,
en el sonido atronador de bombas y fusiles. El caballo se transforma en testigo involuntario de una serie de historias
en las cuales imprevistamente participa. Todas ellas son crónica de una batalla
sangrienta y abusiva; sus ocasionales compañeros, tanto humanos como animales,
sobrellevan demenciales situaciones, representativas de este tipo de conflicto.
El dolor, el sufrimiento no están ausentes, aunque contrarrestados por
enternecedores momentos de reconciliación y compasión.
Azabache (“Black beauty”) es una novela
clásica de la literatura infantil-juvenil, su originalidad deviene de estar
narrada en primera persona por el mismo caballo que la protagoniza, sus
desdichas y felicidades son descriptas de manera muy humanas. En Caballo de guerra, pasa algo similar. El
nacimiento de Joey abre la película,
frente a la expectante mirada de quien sería su gran amigo, Albert. Pero el corcel será el personaje
principal, el auténtico héroe del relato. Dotado de valores reales como la
amistad, la fidelidad, la nobleza, su presencia en la pantalla es un “homenaje”
notorio a los de su especie. Seres resistentes, indispensables para el trabajo
rural, fueron obligados a participar -como muchos otros inocentes- y a
enfrentar, los peligros de una guerra ajena y descabellada.
La
película reproduce una emocionante historia de distanciamiento entre seres que
se quieren mucho; los fuertes lazos de amistad entre un hombre y su caballo se
ven puestos a prueba, horriblemente, por el contexto bélico. Los extensos ciento
cuarenta y seis minutos de duración del film, también ponen en consideración los
buenos sentimientos humanos, presentes en los momentos más críticos. Enternecedor
relato que apunta directamente a nuestro corazón.
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