COSA
DE LOCOS
Por
Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com
“De poetas y de locos todos tenemos un
poco”, reza un conocido refrán. Escrito así suena casi simpático, como una
forma de naturalizar aquello que nos resulta lo suficientemente atemorizante
como para intentar hacerlo cotidiano, mimetizarlo con los momentos que
conforman nuestros días.
La locura asusta, como todo aquello
que desconocemos; da miedo pensar cuál es el fino límite que divide la salud de
la patología psíquica. Entonces, nos contentamos con asimilar, literalmente
hablando. Si soy similar a la mayoría, si logro pensar, sentir y hacer parecido
al grupo humano con el que convivo diariamente, deduzco que no estoy loco.
Sobre el diferente o el que se atreve
a serlo, pesará primero el “cariñoso” apelativo de “loquito”, el raro…
Retumban en mí los versos de la
canción “Castillos en el aire”, de Alberto Cortés: Quiso volar, igual que las gaviotas, libre en el aire, por el aire
libre, y los demás dijeron: pobre idiota, no sabe que volar es imposible. Mas
extendió sus alas hacia el cielo, y poco a poco, fue ganando altura, y los
demás quedaron en el suelo, guardando la cordura. Podría pensarse que, si
hubo una falencia en la historia del protagonista sin nombre, fue la de
mostrarse diferente a los demás, desafiante ante una sociedad que “sabía” lo
que era imposible.
Pienso en la dulce melodía de Serrat,
“Esos locos bajitos”, y en la frase que les dirigimos a los niños cuando
realizan alguna acción que nos sorprende; si no reviste peligro y nos genera
una sonrisa será: ¡qué loquito!; si, en cambio, el accionar nos provoca enojo o
miedo, la frase y el tono cambiarán: ¿qué te pasa, estás loco?
El término locura transversaliza
nuestras vidas. Ante el malhumor de un sujeto, es habitual que se comente: “hoy
está re loco”; si una señorita lleva una vida “ligera”, será tildada de “loca”
en algún comentario malintencionado…
En
los demás, al verlo tan dichoso, cundió la alarma, se dictaron normas, no vaya
a ser que fuera contagioso, tratar de ser feliz de aquella forma, sigue la mencionada
canción.
A lo largo de la historia la sociedad
condenó, aplaudió, ocultó, torturó, se burló, encerró, ridiculizó, adormeció, a
los considerados locos para un grupo determinado que ostentaba el saber. Incluso
algunos que fueron condenados por locos, años después fueron aplaudidos por
genios.
Es tanto el miedo que genera la falta
de salud mental, que, si ante un dolor supuestamente físico, el médico alude a
una enfermedad psicosomática, la mayoría de los pacientes comienzan el
peregrinaje por diferentes consultorios para encontrar la respuesta en lo
físico: “a mí me duele, yo no estoy loco”, argumentan casi en tono de enojo que
enmascara el temor.
Como el tristemente famoso San Benito
de la época de la Santa Inquisición,
el diagnóstico de enfermedad mental parece que llega para quedarse, ocupando el
lugar del ser: soy fóbico, soy panicoso… Por eso el miedo, porque a diferencia
de la enfermedad física que, si no es crónica, es un proceso con principio y
final, en lo psíquico los tiempos no son tan nítidos.
La
conclusión, es clara y contundente, lo condenaron por su chifladura a convivir
de nuevo con la gente, vestido de cordura, determina Cortés.
Si no es así, tratamos de no verlos: Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese,
qué se yo, ¿viste? Salís de tu casa por Arenales. Lo de siempre, en las calles
y en vos. Cuando, de repente, detrás de un árbol me aparezco yo… ¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré, sobre el abismo de tu escote hasta sentir,
que enloquecí tu corazón de libertad… ¡Ya vas a ver!
El respeto por mis pacientes y sus
padecimientos hace que sea un desafío constante poder escuchar al sujeto más
allá del delirio. La angustia de sentirse por fuera de la realidad, el pasaje a
un lugar y un tiempo desconocidos, son un encuentro al que nos enfrentamos con
más cotidianeidad de la que quisiéramos. Hay mucho por seguir aprendiendo en
pos del bienestar biopsicosocial de los pacientes. La prevención, el trabajo
terapéutico, multidisciplinario, la formación permanente, hacen que todos los
días comiencen con la fortaleza de poder aportar desde nuestro saber, a la
salud psíquica de aquellos que han depositado en nosotros la confianza para
trabajar juntos… por ellos… por nosotros… por la posibilidad de seguir ayudando
a conseguir las herramientas, para el camino de la vida.
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