Directo al corazón


Y VAN, 15 AÑOS…

Por Alejandra Tenaglia

La joven que hoy nos ocupa estaba a sus 19 años –allá por 1995-, sin trabajo ni intención de conseguirlo, disfrutando de poder dormir hasta el mediodía en casa de sus padres que era donde vivía, y con la alegría siempre fresca como flor en el ojal. El muchacho, 7 años mayor, ocupaba un cargo público.
Quiso el destino que, vencida por la insistencia de su madre que le repetía “no podés seguir sin hacer nada”, la joven se presentara ante el muchacho; estaban anotando gente entre quienes distribuirían trabajo. “Me atendió ese odioso”, contó ella sin muchas más razones que sus prejuicios –puesto que nunca antes había cruzado palabra con él-, cuando en la mesa familiar le preguntaron cómo le había ido en la entrevista. Por la tarde, le avisaron que había quedado seleccionada. Fue entonces cuando, debido a la cercanía que impone el ambiente laboral, comenzó una relación basada en principio en el compañerismo. Sumado a eso, una prima de él era amiga de ella, por lo cual se encontraban en los boliches o iban juntos en grupo. La simpatía entre ambos era notoria e incluso explícita de parte del caballero, que no dudó en intentar acercarse a la dama saltando la valla de la incipiente amistad. Pero al parecer, él estaba por entonces saliendo con una chica de otra localidad, y nuestra protagonista no quería líos ni enredos de ningún tipo, así que mantuvo una distancia correcta a pesar de que su perfume la embelesaba y su caballerosidad la deslumbraba.
Al poco tiempo, él puse fin a su pareja y el noviazgo comenzó. Noviazgo que en principio no fue fácil al menos para ella, ya que el susodicho en cuestión tenía fama de “Don Juan” y andar despreocupado en terrenos del amor. Pero la realidad contundente de los 15 años que están por cumplir juntos -habiéndose casado en 1997 y sumado hasta el momento tres hijos-, demuestra que aquella primera contrariedad al igual que todas las que luego se fueron presentando, han sido superadas no sin penas pero sí con gloria.
Compinches más que compañeros, poseen además de gustos en común, la habilidad de complementarse –¿o debería decir “completarse”?- en cuestiones claves que potencian el desarrollo personal, mitigando miedos y pesares. Y avanzan. Siempre. Desde aquel 6 de enero en que decidieron darse la oportunidad. Y se adoran, tanto que ella admite que no podría vivir sin él; y él afirma que nada-nada-nada cambiaría de ella, sellando su aceptación total con una manifestación que bien sabrán valorar las mujeres que lean este texto: “nunca extrañé la comida de mi mamá”.
Apasionada de la cocina y hacendosa en general, ella posee además un comercio propio y atiende a sus tres hijos de 12, 9 y 2 años, conservando a pesar de las rúbricas que el tiempo va dejando no sólo en la carne, esa alegría inicial que tanto sedujo al muchacho hace 15 años atrás. Él por su parte, sigue siendo tan caballero como en aquel entonces, habiendo además demostrado ser un padre solícito, un excelente acompañante a la hora de emprender proyectos o avanzar en ellos, protegiéndola siempre y dándole la seguridad que desde el principio ella dice sentir a su lado.
Todo lo consultan, las salidas, los viajes, las decisiones referentes al mundo laboral, lo relacionado a sus hijos, aquello que les aprieta el alma…
Y a pesar de que ella marca como único punto molesto de su esposo, su desorganización, tanto respecto a los objetos como a los horarios, también reconoce que junto a él aprendió a intentar aflojar su propia rigidez, ser menos estructurada, lograr una mirada positiva y un disfrute de la vida que, en definitiva, no es más ni menos que el horizonte diario al que todos aspiramos.
Unidos, aportando cada uno aquello que los define, han forjado en armonía una familia que basada en el mutuo respeto y el amor sincero, parece lo suficientemente consolidada como para batallar el futuro con todo lo que el mismo traiga, como es su costumbre, escondido en sus mil bolsillitos…    

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