Por Alejandra Tenaglia
Foto: Leo Malizia
Se sienta en la
vieja mecedora de mimbre, después de acercarla a la mesa de modo que el
costurero le quede al alcance de la mano. Elige uno de los tantos carreteles de
hilo allí guardados. Corta una hebra no muy larga y la pasa con pericia por el
ojo de la aguja. Luego, recién luego, se da cuenta que nada acumuló esa semana
en el rincón de lo “por remendar”. Salvo que esa leve sombra en el rincón sea su
propia alma, que allí se instaló, para dejarse ayudar…
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