UN
NUEVO AJUSTE DE CUENTAS
Por
Marina Moya / Lic. en Trabajo Social
marinamoyaj@hotmail.com
Tres
chicos de entre 16 y 18 años son acribillados en Pablo Podestá, barrio del Gran
Buenos Aires de 12000 habitantes. Se presume ajuste de cuentas entre bandas
rivales. En San Luis una adolescente de 18 años que estaba a pocos días de dar
a luz, fue asesinada de un balazo en la cabeza por su pareja, de 22, que era el
padre del bebé y que tras el crimen se suicidó. El domingo 20 de enero, el
diario de tirada nacional La Nación tituló en su portada “Guerra narco en
Rosario: reclutan ‘chicos-soldados’ por $150 por día” mostrando con fotos cómo adolescentes y
jóvenes se ubican frente a los quioscos de drogas, se dedican a la venta y a
sicarear, y a cambio reciben dinero, droga y protección. Al día siguiente, la
crónica policial narraba otro hecho escalofriante ocurrido en Capital Federal:
una adolescente de 17 años fue quemada por su novio, de 26 años.
Hechos
y circunstancias que conocemos a través de los medios de comunicación, medios de
los que ocasionalmente desconfiamos y a los cuales sometemos a un escáner de
veracidad; no obstante vale la pena prestar atención a estos síntomas de la
sociedad. Más allá de las particularidades de cada situación, sí debemos
detenernos en algunas cuestiones.
Por
un lado tenemos a víctimas y victimarios muy jóvenes. Por otro lado aparecen
circunstancias y situaciones que se corresponden más y/o mejor –si cabe la
calificación- con una edad adulta.
Algo
está pasando, ¿no? Decir que los tiempos de hoy… Que ya no es lo mismo… La
melancolía por un tiempo pasado que fue mejor… Que la violencia de ahora… Que
hay más situaciones que exponen a los jóvenes… Es, creo, una forma de des-responsabilizar
a los adultos.
Lo
que sí es una doliente realidad es que el proceso inverso a la eterna juventud
que viven los adultos, y por transferencia todas las generaciones –lo vemos en
la estética de la moda, por ejemplo, usada por igual en todas las edades-, es
esa imposibilidad de dejar planteados los límites reales y también simbólicos.
El trato de igual a igual, el sos mi amigo, el vivir con muchos derechos y
pocas responsabilidades, el tener más tiempo virtual que real vivido con los
niños y adolescentes, el compartir tantos códigos que se borra la diferencia y
aparece la simetría, son todos condimentos que hacen al cimiento de historias
de vida signadas por la vulnerabilidad.
En
las situaciones nombradas hay muchos aspectos ligados a la cuestión social,
porque no es casual que este desmembramiento social se dé en ciudades como
Rosario, donde el crecimiento económico va de la mano de la desigualdad social.
El hilo se corta otra vez, por lo más fino; y las víctimas que pagan con su
vida son frecuentemente jóvenes y pobres. En esta intersección se junta la
necesidad con la falta de oportunidades.[i]
Quizás
la idea a instalar, sea aquella que debe aplicarse a todos los estratos
sociales: trabajar la autoestima. Aun con el riesgo de caer en una mirada
simplista o individualista. Los modelos que trabajan en la recuperación de
aquellas víctimas –de la violencia, de las adicciones, de los abusos, de la “situación
de calle”- basan su metodología en el reforzamiento de la autoestima a través
de distintos métodos. Es una buena forma de poder comenzar a pensar en un
proyecto de vida. Saberse a sí mismo una persona valiosa, encontrar un sentido.
Es tan importante sentirse querido por los demás, que uno hasta puede comenzar
a quererse a sí mismo, a cuidarse, a proyectarse. Esto sirve como una especie
de prevención para los abusos y los peligros.
Y
si hay una deuda pendiente que propone un nuevo ajuste de cuentas es la de
volver a que los adultos, valoren a los niños/adolescentes como lo que son,
individuos aún inmaduros, que requieren de su acompañamiento, cuidado y
protección para formarse y llegar a ser. Se es niño en función de un otro que
es adulto y ocupa su lugar.
Para
que nuestros niños y adolescentes no se transformen en una masa vulnerable y
permeable a los peligros de nuestro tiempo, nada mejor que tramitar el diálogo
y ofrecer un tiempo; aunque sin valor en el mercado de consumo, ayuda –más que
la compu- a dejar sentadas las bases de un proyecto de vida exitoso.
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