Por Alejandra Tenaglia
El verano adentraba su reflejo por la
única ventana que tenía el único ambiente, que constituía el departamento de
Clara. El sol, detrás de nubarrones claramente grises, pugnaba por filtrar ese
reflejo. Ese reflejo que aún sin provocar el agobio del verano de ciudad,
bañaba el escritorio donde el cenicero permanecía junto a la computadora, como
parte del hardware. Allí, sentada frente a la computadora y el cenicero y la
ventana, por la cual ahora se filtraba el reflejo de una mañana nublada de
domingo de verano en la ciudad, Clara –piernas cruzadas, brazos cruzados,
cabeza levemente echada hacia atrás-, miraba el punto común entre los tres
vértices que formaban el techo y las paredes perpendiculares de la habitación.
Por encima de la ventana, veía unirse esos tres planos. Por un momento los tres
planos aparecían como un único plano con sutiles trazos abriéndose y bajando
desde un punto. Un único plano, plano. Luego ese punto, la oscuridad de ese
punto, lo alejaba, lo hundía más allá de las paredes y el techo.
Los nubarrones ya no eran tan claros, y una brisa de
tormenta hizo ondear la cortina de la ventana que se encontraba frente a Clara.
Frente a Clara, la ventana insertada en el plano que en su vértice izquierdo se
unía con el techo y la pared perpendicular.
Clara miró ondear la cortina. Alzó luego la mirada
para volver al punto. Ahora el punto era nítidamente oscuro. Se extendía algo
más allá del punto en sí. Encerraba los ángulos de los vértices. Clara pestañeó
para aclarar la visión y volvió a abrir los ojos, bien abiertos. Los ángulos de
los vértices encerrados, eran mayores. La oscuridad del punto se extendía en
las tres direcciones de los tres planos.
La brisa volvió a ondear la cortina, los nubarrones
ya no eran claramente grises, sino oscuros. Oscuramente grises. Clara encendió
un cigarro. La brasa del cigarro refulgió sobre la oscuridad, que ya casi
alcanzaba la ventana que se encontraba en uno de los planos, en una de las
paredes, en la pared que estaba frente a Clara. El cigarro tembló, entre los
dedos de Clara, que temblaban... Los nubarrones cargados, oscuramente grises,
detrás de la única ventana que tenía el único ambiente que constituía el
departamento de Clara, lanzaron su descarga en una gruesa lluvia.
La oscuridad extendida sobre los tres vértices de
los tres planos, no dejaba ver aquel primer punto desde el cual surgió. Clara -sus
manos temblando, sus piernas y sus brazos descruzados-, volvió a pestañear
largamente. Abrió los ojos, alzó la mirada. Vio el punto. El punto, epicentro
de la oscuridad que avanzaba en los tres planos, tocando en el plano donde se
encontraba la ventana, a la ventana misma.
Desde el punto, ahora nítidamente punto, cargado
como las nubes oscuramente grises, una
oscuridad miasmática se lanzó, penetrando un nuevo plano, el plano en el que se
encontraba Clara. Se descargó sobre ella. Formó un nuevo plano. Oscuro y único.
El cigarro ya no refulgió. Quizás ya tampoco
temblaba.
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