Molestia va molestia viene, se quieren*
Ella se desgasta persiguiendo la palabra no sólo exacta sino también bella. Él abusa del vocabulario popular, intensificado por epítetos rústicos desplegados con total naturalidad en medio de cualquier cena. Ella pestañea largo conteniendo la respiración, cada vez que esos epítetos suenan. Pero a él, aparentemente, no le interesa. Le preocupa más el fondo que las formas, por lo cual el respeto por lo dicho es capital en su andar. En cambio ella suele quedar colgada como adornito de navidad del árbol correspondiente, de palabras que no se convierten en actos. Y esto a él, le inspira el portazo. Portazo que ella detesta, salvo cuando puede darlo con sus propias manos.
Otro puntal de fastidios basado en las diferencias reside en el ritmo que con sus cuerpos arrastran. Él, como si siempre estuviera llegando tarde a alguna parte, no logra asentar su humanidad mucho tiempo en ningún lugar; y cuando lo logra, ejecuta una actividad tras otra con una celeridad que parece esculpida por el taylorismo. En cambio ella vive convencida de que siempre habrá un mañana en el cual poder continuar lo que aún no se ha terminado; y acostumbrada a realizar actividades sedentarias sin sudor ni agitación, lo mira ir y venir asombrada, y más de una vez enojada, cuando por ejemplo el plato desaparece de su vista con media papa doradita que marcha rumbo a la cocina porque él anuncia que ya corresponde el postre.
No sólo las diferencias les causan fastidios, sino también las similitudes. Ambos hablan hasta por los codos y entonces, con el ceño fruncido suelen arrojarse sin preámbulos la retórica pregunta: ¿me vas a dejar terminar de contar? Y es que tampoco pueden evitar opinar. Plantado cada uno en su particular mirada de la realidad –considerada única posible verdad-, necesitan expresarla. Con el cuerpo les pasa igual: a ella no le gusta que le toquen los pies, él se molesta si le tocan las orejas. Por supuesto, ambos utilizan esa vulnerabilidad ajena para divertirse sin ningún pudor. En otros terrenos se dejan en paz: ella habla de cosas que él deja de escuchar en el tercer párrafo, y viceversa. Él tiene pasión por sus herramientas, el orden y la limpieza. Ella ama sus plantas, su casa y la entereza de los que nunca dejan de luchar. Él detesta la falsedad. Ella no soporta la insolencia. Él prende el ventilador aun en invierno, ella lleva campera incluso en verano. Él repite: “me gusta que todo esté en su lugar”. Ella entra en dudas eternas de punto cardinal.
Pero aun discrepando en las palabras a utilizar, acelerando o retrayendo el ritmo para que el paso suene más armoniosamente, desoyendo cuando es necesario o abriendo hasta los poros para sentirse más intensamente, cada día vuelven a elegirse porque, como dice la canción de aquella peli titulada “Tango feroz”: el amor es más fuerte.
* Basado en una historia real cuyos protagonistas han pedido la reserva de sus nombres.
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