El encuentro con la verdad

¡Qué hermosa es la palabra inmenso!, me dijiste. Y, sí, en tu mundo infantil no podés decirme más que esto: simplemente te encanta. En cambio a mí me resulta muy difícil responderte cuál es la palabra que más me gusta. Claro, indefectiblemente y más allá se sentirme soñadora, los diques anímicos interceptaron los pensamientos infantiles y hoy ya no puedo decirte, sin cuestionármelo, una palabra que encierre el encanto.
Tus ojos buscan los míos esperando una respuesta que no llega. Podría mentirte o decirte cualquier frase vacía, pero no, el lazo entre nosotros no lo permite. Entonces te digo que me dejes pensarlo y que cuando la encontrara te lo diría.
Esto calma tu ansiedad, por ahora, porque sabés que siempre trato de dar respuesta a tus interrogantes.
Pasaron unos días y camino al colegio, como siempre, la música nos acompañaba. La voz inconfundible y dulce de Jorge Rojas, cantaba: …inmenso era el cielo que nos cobijaba… Allí arremetiste nuevamente: me debés una respuesta, pero el apuro de llegar antes de que suene el timbre me permite un tiempo más.
Yo, mientras tanto, sigo pensándolo…
Estoy tentada por contar la historia (¿leyenda o mito?) de Edipo Rey, pero quizás sea motivo de otro encuentro con la palabra. Hoy me contento con decir que Freud utilizó el mito como forma de explicar su teoría psicoanalítica. Y qué es el mito sino una hermosa manera de invitarnos a soñar con mundos o hechos, por momentos, alejados de toda realidad palpable, sin embargo no por eso menos creíbles para sujetos dispuestos a escuchar y creer más allá de lo real.
Una vez escuché la leyenda de la cruz del sur, pero como estoy segura de que mi relato no será tan interesante y entretenido como el que originalmente llegó a mí, sólo diré que desde el momento que la escuché, ya lo científico dejó de importarme y cada vez que me permito mirar el cielo en las noches, busco encontrar la huella del ñandú huyendo de gualichu… Eso es lo cierto para mí.
Entonces, digo, ¿existe LA verdad, o depende de cómo atraviesen los hechos a nuestra subjetividad?
Cada paciente nos convoca para que, como psicólogos, lleguemos juntos a encontrarnos con su verdad, aquella que es vedada, tapada, oculta por los síntomas. El yo no es dueño en su propia casa, diría Freud. Este recorrido es muchas veces arduo y doloroso porque no es fácil la búsqueda de nuestra verdad que nos es desconocida aún, por lo tanto es probable que la creamos ajena. Una verdad que a veces el paciente prefiere creer que es sólo del psicólogo, porque en tantos caminos transitados no existió una brújula que nos marcara el norte, entonces intentar desandar los pasos sin saber cómo se llegó al punto en que hoy nos encontramos, es complejo; es más fácil pensar que fue un error de interpretación del otro. Esto es lo que Freud llamó resistencia. ¿Qué hace que el paciente siga, a pesar de estos “inconvenientes”, eligiéndonos cada semana? El saber que el recorrido es largo, tan incierto y peligroso como único.
“Su historia, sus anhelos, sus temores y sus deseos más profundos la convierten en un ser irrepetible, dueña de una verdad oculta que debo ayudarle a revelar”, relata Gabriel Rolón.
No existe LA verdad sino en tanto ideal, aquello a lo que queremos llegar sabiendo que en lo real no es. No hay verdades absolutas e irrefutables, eso sería un dogma.
Para mí, inmenso es lo inabarcable, lo infinito, lo que no se puede medir, el amor, la emoción, el cielo, el mar, el horizonte… lo que me genera la pregunta: ¿qué hay más allá? Por eso la búsqueda de la verdad también es inmensa, la propia y la de aquellos que confían en nosotros para lograrlo.
Es lo que encanta, lo que hace que todos los días despierte en mí el brillo en la mirada y la sonrisa en los gestos. Como ahora, que voy en búsqueda de mi hijo para decirle que ya encontré mi hermosa palabra: el encanto.


Por Carina Sicardi

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