Ignacio y sus fastidios
Ignacio es un hombre sensible a las preguntas, es decir, se altera rápidamente frente a indagaciones cotidianas y costumbristas, propias del diálogo acelerado y casi impensado que desplegamos con naturalidad y, sin darnos cuenta de cuán cerca estamos de las preguntontas de la diva del teléfono, quien, como diría el amigo Arlt, por “prepotencia de trabajo” sí tiene permitido decir cualquier burrada asegurándose además el aplauso. Va aquí un listado de situaciones y las respuestas no dichas pero sí pensadas, por nuestro ocasional fastidiado.
Perdés algo y otro te dice: siempre está en el último lugar donde buscás… ¡Y claro! ¡Si estuviera en el primero ni se hubiera perdido ni seguiría buscando!
Perdí la billetera: ¿dónde? Me robaron: ¿quién? Mi novia se fue con otro: ¿en serio? ¡No! ¡Me levanté con ganas de hacerme fama de perdedor/fracasado/pobre tipo para que todos me envidien! ¿Estás de mal humor? Qué fuera de moda estás, ¿no sabés que estar serio y gritar como un loco con los ojos desencajados es buenííííísimo para el corazón? ¿Te cortaste el pelo? Para nada, me lo arremangué; me creció la cabeza; me cayó ácido… Entrás al bar y uno de tus amigos te palmea el hombro al son de: ¿ya llegaste? Eso es lo que vos creés, soy un holograma... Ni hablar en el cine, cuando el de al lado sobresaltado exclama a los codazos: ¿¿¿viste eso??? No, pagué la entrada para que vos me cuentes la película… Lo mismo en un estadio de fútbol, fiesta, recital: ¿qué hacés acá? ¡Vine a comprar un pancho y asegurarme que hayan regado las plantas! Después está quien busca el control remoto por toda la casa en vez de ir hasta el televisor y apretar los botoncitos ¡así no nos seguimos perdiendo el partido por un capricho! El que te pide la hora mientras se toca la muñeca, ¡ya sé donde tengo el reloj infeliz, no hace falta que me avises! El que te dice: ¿te puedo hacer una pregunta?... ya me la estás haciendo querido. La madre que te avisa: “Nachito, Claudia…” Y vos le contestás: ¡no me la pases que es una pesada! Y ahí aparece la pesada, al ladito de tu madre ya que no estaba en el teléfono sino en la puerta de tu casa… Y ya que hablamos de mujeres, tengo un listado largo acerca de ellas: están las que sacás a comer pizza y con orégano en los dientes te sonríen mimosas provocándote un espasmo; las que retan a los mozos con aires de Máxima Zorreguieta; las que te hacen un repaso minucioso de todos sus noviazgos; las que después de la primera copa ya gritan como gallinas y también las que toman agua hasta con asado; las que siempre siempre siempre llegan tarde; las que en toda oración insertan una palabra en inglés u otro idioma; las que hablan sin parar como si vinieran de diez años de silencio; las que se hacen las especialistas en política o cualquier otro tema proclamando opiniones súper/altro/hiper repetidas en todos los noticieros; las que hablan por celular durante toda la cena o escriben y reciben mensajes con sus amigas, pasándoles el parte de si sos flaco, te vestiste de blanco o les corriste la silla; las que se adornan tanto que hasta los perros la miran (y eso que dicen que no ven los colores); las que te preguntan: ¿por qué no me llamaste ayer?, cuando nunca habías quedado en eso. O: ¿no sentís que nos conocemos de otra vida? ¿En qué estás pensando? ¿Te gusto? ¿Qué sos? SOS es lo que uno necesita en ese momento, entonces pide permiso para ir al baño y luego de orinar ya molesto y arrepentido por la salida, luego de lavarse las manos con el agua aún chorreando, descubre que no hay papel en el dispenser… Para terminar, hay algo que toda mujer hace inexorablemente más tarde o más temprano: cerrar la puerta de tu auto como si fuera una heladera sin la caída correcta. Eso sí termina de redondear la respuesta para la pregunta que llega ya del otro lado de la ventanilla: ¿me llamás uno de estos días? Sí, te llamo para saber dónde vas, ¡así voy a otro lado!
Por Alejandra Tenaglia
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