Pasión femenina y futbolera
Al Diego lo quiero anuque sea mujer y entienda la mitad de sus genialidades. Por eso, para emularlo en aquello que puedo, hoy les voy a contar mi historia pero como le gusta a él, usando la tercera persona, es decir, como si yo fuera otra.
Sol Di Frente nació (como tantas otras mujeres) en una casa de futbolistas frustrados, donde el juego de 11 contra 11 está tan incorporado a la vida cotidiana que se convierte en parte de la genética familiar, ineludible. El abuelo materno, el papá y el hermano le han inculcado, casi de manera inconciente, una definida relación con el fútbol, que se ha ido modificando y consolidando con el paso del tiempo. Definida relación que ella sólo pudo definir después de atravesar distintas etapas.
Empezó por ir a la cancha siendo muy chiquita, con su papá o con una prima de su mamá que la sentaba en la tribuna, justo al lado del bombo…
Más adolescente iba a los partidos con sus amigas, a ver a su equipo, o mejor dicho, a los chicos que jugaban en su equipo y a los chicos del equipo rival de turno. Se pasaban tardes enteras, sábados y domingos, tomando mates, comiendo semillitas, mirando masculinos en desarrollo y charlando hasta por los codos, creyéndonse hinchas reales de una institución que, aún sin comprenderlo demasiado, las contenía.
Con los años los fines de semana fueron cambiando… Cambiaron los planes, las necesidades, los intereses, completamente ligados a la edad. Algunas se habían ido del pueblo y el momento de encuentro era mínimo, comparado con aquellos años mozos. Como si esto fuese poco, su máximo interés estaba puesto en un auténtico e indiscutido rival futbolístico, pero su profundo fanatismo no pudo opacar tanto amor. Abandonó temporalmente las canchas, asistía a algún que otro partido, mientras que el fútbol comenzaba a convertirse en un archienemigo, y también en algo absolutamente incompatible con sus aspiraciones, tal vez equivocadas, de intelectualidad.
Sin embargo, pasada ya esa enemistad, de un tiempo a esta parte esa especial y ciclotímica relación con el fútbol ha dado un giro que estimo definitivo. Con un afiance sentimental, de pronto se encontró viajando por la zona, conociendo las canchas de Ligas de campo, acompañando a su otrora rival. Sin darse demasiado cuenta del rumbo de las cosas, empezó a comprender algo más interesante que el propio deporte: el fuerte vínculo que los hombres crean entre sí a partir del fútbol. Las amistades más viejas, fuertes y sinceras se forjan en la “práctica”, desde que tienen 3 años. Y muchas veces siente envidia, como buena mujer que es, porque no le tocó vivir ese tipo de cosas.
Si bien aún se detiene en cuestiones puramente femeninas, como cuando tenía 15 (mira al resto de la gente; se detiene a escuchar lo que dicen sobre el partido o cualquier tipo de tema; observa el diseño de las camisetas, los colores de los botines; opina erróneamente; grita goles que no son goles; canta; aplaude; se ríe de cualquier cosa; etc. etc. etc.) ahora mira un partido entendiendo un poco más lo que acontece en la cancha. Entiende de “fules”, posiciones adelantadas, penales, errores de defensa, laterales; puede recordar alguna que otra jugada, sin demasiados detalles. Todo un logro para cualquier mujer común.
De alguna manera, de un tiempo a esta parte optó por asumir su ineludible relación con el fútbol. Un abuelo, un padre, un hermano, más luego un novio y un sobrino, han marcado el paso.
Siempre creyó haber sido una desilusión, siempre creyó que todos la esperaban varón y crack. Pero hace unos días diciéndole esto a su mamá, se enteró de algo que la hizo feliz. Su vieja le contó: El abuelo cuando se enteró que yo estaba embarazada de vos, me dijo: “Ojalá sea mujer, las mujeres sostienen la familia”.
Ella no sólo lloró, sino que de pronto entendió mucho más que hasta el momento. Es mujer, como quiso su abuelo, y le fluye en la sangre una pasión que él le transmitió. Una pasión que va tratando de aceptar y comprender todos los días, desde su difícil lugar femenino.
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