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CALAMITY JANE

UNA MUJER EN EL FAR WEST

Por Enrique Medina

Martha Jane Cannary nació en Princeton, Missouri, en 1852. Con el apodo de “Calamity Jane”, es una leyenda que no deja de crecer. Hay que hilvanar fino para promediar una verdad creíble. A los 10 años es llevada por su familia de pobres agricultores a Montana, urgidos por la fiebre de hallar oro. La experiencia de ese tiempo la marca brutalmente y como escudo de defensa decide vestirse de hombre. Como el hallazgo de oro sólo queda en sueños, realiza su primer acto de independencia alistándose en el ejército. Pero es echada. En un mundo de bandidos se comporta con la ferocidad que las circunstancias exigen y aprende a manejar las armas. Trabaja en lo que sea: de carrero, de fregona, como obrera para los ferrocarriles de la Union Pacific, de soldado para el general Custer, de conductora de caravanas y arreadora de ganados; hace de enfermera y partera, y en 1875 integra, como guía, la expedición científica geológica de Walter Jenney a las Black Hills. Su centro fijo fue Deadwood, una de las ciudades más pestilentes del Oeste. Se ocupó de camarera en los Saloon, y tuvo que prostituirse de tanto en tanto (“Un día comía pollo y al siguiente las plumas”). Ve que los indios Cheyenes le cortan la lengua al ganado, los detiene y los lleva presos. Trabaja para el general Crook llevando correos secretos, cruza a nado el río Platte y cabalga cientos de kilómetros hasta Fort Laramie, empapada y con frío, para entregarlos. Enfrenta un malón de indios que ataca una diligencia habiendo matado al conductor, los embiste, toma las riendas y salva el carruaje con todos sus valores. Se enamora de Wild Bill Hickok, que es quien la bautiza “Calamity Jane”, porque el abandono que ella exponía, realmente era una calamidad. En el Saloon se entera de que a él le han tendido una trampa para matarlo; para no despertar sospechas, cruza campos y montañas en plena noche desafiando a animales feroces, para avisarle. Gracias a ella, él los mata a todos y en compensación la toma por esposa. Tienen una hija, Janey. Él desaparece y ella, por no poder mantener en esa ciudad a su hija, la entrega a la anterior mujer de Hickok y su actual marido. Calamity piensa que Janey, en esa clase acomodada, tendrá una educación de excelencia. Nunca más verá a su hija porque la llevan al Este, y el resto de su vida vivirá un arrepentimiento atroz por haber tomado esa decisión. Entra en el alcoholismo extremo y la promiscuidad sexual. Escribe cartas a su hija. Allí, además de pedirle perdón, le ruega que entienda que esa buena educación que está recibiendo nunca la podría haber tenido en Deadwood. Cuenta las trifulcas con todas las prostitutas del Saloon, le dice de su segundo casamiento por conveniencia con Charles Burke; que los indios Squaw le habían cortado las piernas, los brazos y las cabezas a los soldados del general Custer, su alegría por haber derrotado a todos los hombres en un concurso de tiro; su pena enorme cuando su caballo Satán muere; su vida como cocinera de unos rufianes. Es guía de caravanas y comercia con los indios para sobrevivir. En el Saloon juega y apuesta, y sabe ganar buen dinero que le envía a los tutores de Janey, hasta una remesa de 10.000 dólares alcanza a mandar. Es generosa, le piden, y ella da. “No consigo tragar un solo bocado si veo un chico hambriento”. Se separa de Burke y vuelve a verse con Hickok, que ha retornado para postularse a sheriff en Deadwood. Lo matan. Investigando, ella descubre que la mafia que maneja Deadwood no quería ni ley ni orden ni ningún cambio en los negocios del pueblo; y se entera de que quien lo había matado por la espalda era un tal Jack Mc Call, por unos pocos dólares. Lo busca, lo acorrala en una carnicería, y blandiéndole un hacha sobre la cabeza lo entrega a las autoridades, que lo enjuician y ahorcan. Pensar en Janey y Hickok la convierte en desecho humano, pero lucha y sobrevive. Tan famosa se hace en vida, que el presidente de la nación, Grover Cleveland, en un discurso la menciona como pionera ejemplar. Bill Cody le pide que trabaje con él en su “Buffalo Bill´s Wild West Show”. En un rapto de lucidez, y para tener la obligación de recuperarse, acepta. En Nueva York el éxito es enorme. Parada en el lomo del caballo que corre alrededor de la pista, Calamity hace cabriolas y deslumbra con la estupenda puntería de sus armas a pesar de que cada vez ve menos; arroja al aire su sombrero Stetson, le dispara dos veces y el sombrero vuelve a caer en su cabeza sin que el caballo detenga su trote. Un periodista le propone vender sus memorias. Gana dinero publicando folletitos en los que exagera sus aventuras, siempre mencionando a Hickok. Tiene todo, salvo a él y a su hija. Empieza a quedarse ciega. Se instala en Miles City, vive muchísimo mejor que en Deadwood, ciudad que siempre odió, y mató a su hombre. La convencen para hacer una gira presentándose en público y charlar con la gente. El primer contrato es con el Palace Museum de Minneapolis. Viaja. Luego, ya ciega, se enferma. Agonizando, a los 50 años, pregunta: “¿Qué día es hoy?” Y le contestan: “2 de agosto”.  Entonces Calamity Jane murmura: “Hoy hace 22 años que mataron a mi hombre, entiérrenme junto a Bill Hickok”. Se cumple su deseo. Además de la gran cantidad de libros que la eternizan, Hollywood le consagró más de 10 películas con actrices formidables, Jean Arthur, Frances Farmer, Ivonne de Carlo, Jane Russell, entre otras, que rescataron la alegría desafiante de una mujer sola en un mundo de hombres salvajes y miserables. Las dos más intensas son las interpretaciones de Doris Day, insuperable en un musical excepcional, y la de Robin Weigert, también excepcional, en la extraordinaria serie televisiva “Deadwood” que supera a todos los westerns habidos y por haber. En las cartas a la hija, cartas que nunca envió, Calamity Jane escribe: “Haber renunciado a vos Janey, me ha matado”.

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