LOS
TIEMPOS DE LA MUSICALIDAD
Por
Carina Sicardi
casicardi@hotmail.com
El sentido del vivir parece haberse
cuantificado. Siempre resulta más fácil contar objetos, utilizar números, que
detenerse en contar historias, nuestra historia.
Quizás por eso, desde sus comienzos,
la psicología ha tenido que abrirse paso a los codazos para que los
representantes de las ciencias duras lograran asignarle un lugar de “seriedad”,
sólo otorgado por la luz de la certeza.
Lo que no se ve, lo que no es empíricamente
demostrable, es falso o simplemente no es.
Entonces nos acostumbramos a pensar
que la mejor manera de alcanzar el éxito y por lo tanto la felicidad, es vislumbrar
el problema, plantear hipótesis, tener en claro los objetivos; y experimentar, según
las reglar prefijadas, hasta corroborar si teníamos razón o no. Recordando
siempre que si, según las estadísticas, los pasos para conseguir la felicidad
son éstos que seguimos, no puede fallar en nosotros.
De no ser así, nos sentimos
frustrados.
Pilas de libros y artículos de
revistas nos venden recetas mágicas, el camino más fácil.
Parece ser que unos gramos de actitud
positiva, mezclados suavemente con una sonrisa y condimentados con mucha
voluntad, nos podrían permitir comenzar el día a punto caramelo.
Ahora, si el sabor no es el esperado,
la culpa es suya, seguro no puso la suficiente voluntad y le quedó desabrido.
Es que quizás nos hayamos olvidado, de
tanto pensar en el final del camino, que lo más importante es el transitarlo, y
ese paso a paso tiene que ver con poder conectarnos con las emociones. Con
todas ellas. Alegrías y tristezas, desazón y esperanza, llanto y sonrisa.
Simplemente permitirnos sentir, no
vivir anestesiados o detrás de una máscara de seudo sonrisa que nos endurece,
nos vuelve sombríos, casi grotescos.
Un sentimiento aparece
transversalizando todo: La Culpa,
así, con mayúscula. De no lograr ser felices (a pesar de todo); y de serlo, si
hay otro a nuestro lado que no lo es.
“No hay un deseo que no busque el
placer y no hay placer obtenido que no genere culpa” dice Gabriel Rolón en una
entrevista. Y acota: “Culpable se es de un delito o de un pecado; de lo demás,
se es responsable”.
Nos sentimos culpables por no ser
perfectos y por sentir que con esa imperfección dañamos al otro, en la búsqueda
de un estado de completud que es sólo un ideal.
La falta nos constituye y nos pasamos
la vida tratando de saber qué nos falta.
Hay sin embargo, momentos en que
quisiéramos detener el mundo en ese instante, en el que todo parece ocupar su
lugar, donde nada falta ni nada sobra… la armonía perfecta.
Pero aún así, aunque cada nota enlace
con la siguiente conformando el acorde soñado, ese que no queremos ni podemos
dejar de escuchar, ocurre que el preciado sonido de a poco se va diluyendo,
dando paso al silencio, molesto e incómodo al principio, pero necesario para
poder disfrutar de otra canción o de la posibilidad de volver a escuchar la
anterior, dibujando nuevamente el pentagrama.
Cada nota es disfrutable porque no
sabemos cuál es la siguiente ni cómo va a sonar en nuestros oídos. Lo
importante es estar dispuestos a escucharla siendo protagonistas de lo sentido,
de lo vivido.
Buscar la musicalidad de los tiempos,
el acorde final perfecto, sin olvidarnos de que somos nosotros quienes estamos
escribiendo esta obra musical que es la vida, es permitirnos también sonidos
disarmónicos sin asumir por eso que la obra entera no sirve y que somos pésimos
autores.
Eso es lo que nos ubicará en la vereda
de enfrente de la cruel pero real frase de Dolina, que afirma: “estamos a la
espera de un tren que ya pasó”.
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