Por
Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Desde España
Esta
semana en el gimnasio se armó cierto revuelo revolucionario. El club pertenece
a una gran cadena de centros deportivos, es uno de los más antiguos de
Barcelona y cuenta además con un gran número de socios. Aunque nadie duda de
que su principal interés es ganar dinero y no incentivar la práctica deportiva,
como pregonan, es decir, que se trata de un negocio como otro cualquiera, la
situación se ha ido deteriorando en los últimos años hasta llegar al momento
actual. Lo que este verano comenzó siendo una reforma de los vestuarios acabó en
una reforma del método de pago y, por ende, del tipo de servicio que se
ofrecerá a partir de septiembre. Con el nuevo Dir fit (sí, sí, todo en inglés para ser más cool) sólo se paga por la actividad elegida. La cuota inicial ronda
los 20 € al mes (unos 150 pesos) en contraposición a la media que pagan los
socios más antiguos, los del Dir a secas, unos 50 € (375 pesos). Sin embargo, estos
“nuevos” miembros no podrán utilizar todas las instalaciones y si lo hacen
deberán pagarlas aparte. Para ello, se instalaron unos lectores de huella
dactilar en las salas de actividades dirigidas y se colocó una gran pantalla para
seguir clases pregrabadas. Tampoco podrán utilizar los mismos vestuarios y las
toallas, antes incluidas en la cuota, bajaron de calidad de forma considerable.
Los antiguos socios pagarán lo mismo, sin opción a la nueva cuota, deberán
hacer largas colas para entrar a cada sala y verán reducidas las actividades
ofrecidas. Es decir, están convirtiendo el gimnasio en un centro de bajo coste
o low cost donde lo importante no es
la atención al cliente, es decir la calidad del servicio, sino el volumen de
socios, el monto contante y sonante. Algunos dirán, incluidos los propietarios del
gimnasio, que es una empresa privada y que, por lo tanto, si no nos gusta, ya
sabemos dónde está la puerta. Al igual que en las compañías aéreas, entre otras
(recientemente una de ellas proponía que los pasajeros permanecieran de pie para
abaratar los vuelos europeos e incrementar el volumen de pasajeros), los
precios bajan pero el servicio se precariza, a veces de forma alarmante e
incluso peligrosa.
He
repasado entonces todos los elementos de la vida cotidiana que se abarataron y donde
el consumidor realiza las tareas que antes hacían terceros (personas que, a su
vez, pierden su trabajo y sólo pueden optar a lo más precario): sacar un
billete de avión, realizar trámites bancarios, pagar impuestos y cuentas, pagar
en el supermercado, servir un café y un largo etcétera. Los servicios públicos también
se precarizan: hospitales, centro educativos en todos los niveles de enseñanza para
ofrecer el mismo servicio en centros privados de calidad variable según el
precio. Asimismo, la política se privatiza, ya nadie duda de que los bancos y
las grandes empresas compran a los estados para beneficiarse de mejores
condiciones para sus inversiones o para sus deudas.
Todo
este abaratamiento también afecta al mercado laboral, se paga menos por un
trabajo de peor calidad en peores condiciones. Sé que no siempre es así y que
existen otras alternativas o realidades pero la tendencia puede resultar
abrumadora. Un colega me decía recientemente que las empresas estaban en su
derecho de ofrecer distintos productos dentro de una amplia gama de calidad y
que era responsabilidad del consumidor informarse y tomar la decisión más
apropiada para él. Tal y como se comentaba en el gimnasio, nadie obligaba a nadie
a quedarse. Ojalá sea así y no que lo que suceda en realidad sea que, con los
salarios existentes y las condiciones sociales a la baja, al ciudadano no le
quede otro remedio que pagar por lo peor y que el mundo acabe así dividido en
dos: por un lado, el lujo desenfrenado de una clase cada vez en menos contacto
con la realidad de la mayoría y, por otro, el empobrecimiento creciente de la
antigua clase media.
De
momento, en el gimnasio, pensamos que ya va siendo hora de empezar una
revolución…
Así es, Ana. La revolución ya se está gestando de todos modos, y empieza por nosotros mismos, con los bancos de tiempo, la solidaridad y los modelos económicos alternativos, como el de la economía del bien común de Felber. Es triste que en un planeta tan rico estemos viviendo el desequilibrio, pero llevamos siglos así, la diferencia es que ahora le tocó a las clases medias-altas y la brecha se amplía. El planteamiento es este, las necesidades básicas deberían estar cubiertas ya, para todos, porque existen los recursos naturales y tecnológicos para que así sea:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=R7I_9twQdRQ
Un beso.