Saissa y las figuras de marfil - Septiembre 1º



Por Garry

Supongo que me conocen, fui campeón de Ajedrez. Gané mi título contra uno de los jugadores más fuertes de la comarca. Una tarde soleada jugamos rodeados de libros. A mí me acompañaban viejos amantes del vino; a él, una joven de ébano que embriagaba. En la hora del destino, esa mujer fue decisiva. Nuestra partida era tablas pero el joven forzó sus pasos para que la mujer lo viera en lo alto. Triste sonreía cuando abandonó la lucha.
Desde entonces no hago sino viajar y jugar. Es la vida de un campeón. No puedo negarme. Sé que los jóvenes quieren mi corona pero yo los enfrento por el simple placer del disfrute, pues este juego ha sabido hacerme feliz.
Hoy, el pelo blanco, escribo estas palabras para lectores de El Observador; con afán de entusiasmarlos, lo hago. Quiero contarles historias y algunas riquezas de este antiguo arte que acompaña a los hombres hace milenios.
Sentado frente al tablero que fue de mi abuelo -que será de mi nieto- recuerdo esa vieja leyenda, la que narra cómo y por quién fue creado el juego de ajedrez.
Sucedió en la India, cuando los reyes eran muchos y los elefantes, carros de batalla.
Un viejo Monarca decidió ir a la guerra contra un reino vecino. Su hijo dilecto marchó a la cabeza de los ejércitos. En la tremenda matanza el General vio la oportunidad de caer por sorpresa sobre el castillo enemigo. Atacó resuelto.
En la escaramuza, vence pero cae herido de muerte.
El Rey, ha obtenido la victoria pero a costa de la vida del hijo. No encuentra consuelo y cae en un estado depresivo.
Ya no ríe, ya no come y no gobierna. Sumido en la tristeza, el reino se derrumba. Los consejeros piden a toda la comarca por quien pueda devolverle la alegría perdida o las ganas de seguir vivo. Ofrecen riquezas.
A palacio se presentan mimos, actores, poetas, magos y payasos. Todos muestran su arte pero el viejo Rey ni siquiera parpadea. Llora a su hijo, el Gran General muerto en la batalla victoriosa.
Una mañana, llega al palacio un hombre llamado Saissa, trae una manta y una bolsa. La manta tiene cuadros de color blanco y cuadros de color negro. En la bolsa guarda unas figuras de marfil.
El viejo Rey lo mira hacer. Saissa extiende la manta sobre la mesa y en el laberinto de colores, torpe demiurgo, da vida a unas piezas que recuerdan dos ejércitos. Explica las reglas y muestra una batalla. El Rey -por primera vez en Lunas- presta atención a algo; una luz brilla en el fondo de sus negros ojos.
En determinado momento, Saissa entrega al pequeño general de marfil y gana la partida. El Rey sonríe no exento de pena. Ha comprendido la metáfora. Tuvo que morir su hijo para que el reino viva.
Ah, ¡qué precio maldito pidió la victoria!
El Rey ofrece a Saissa su pago generoso pero esta es otra historia.
Me quedo callado ahora.
He dado vida a otra partida sobre el tablero de mi abuelo, que será de mi nieto.

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