Por Mariano Fernández
marianoobservador@gmail.com
A Alberto, benemérito profesor.
A Miguel, que llevó mil médicos,
abogados, odontólogos, contadores, etc., a empezar su semana.
- Saque
bolilla Fernández-. Fue más o menos amable el profe. Nada que ver con Livia,
por ejemplo. Cuando te lo decía ella, se paralizaba el mundo. Era la versión
rosarina de Medusa, si la mirabas a los ojos, te convertías en piedra. Da
clases todavía.
Hacía
un poco de calor para ese agosto. Habían pasado varios años, mil domingos, algunos
con ese calorcito que servía de excusa para que los bares estallen de gente, otros
en los que el frío invitaba a quedarse en la casa de los padres, sin embargo
uno sabía que debía emprender el ritual. Guardar en un bolso raido un par de
carpetas que habíamos sacado a pasear, y lo que la vieja había preparado para
evitar que la dieta de la semana sea a base de arroz y fideos exclusivamente. A
la tardecita-noche, comenzaba el éxodo.
Atrás
quedaba el almuerzo dominical, algo por lo que mataríamos a mitad de semana. No
por sofisticación sino porque tenía el amor de tu mamá, o el esmero de tu
viejo. Y arriba del bondi, cuando salía de la curva, apagaban las luces y se
hacía un poco de silencio, te ponías a pensar en cómo venía la semana, en el
próximo examen, o en la chica que se había tomado el bondy anterior y estaría
en su departamento del Pasaje C.
Todo
empezó en el jardín, con la seño Estela, a la que todavía llamo así. Me
transpiraba la manito cuando se la tenía que tomar a la nena de trenzas rubias
que formaba a mi lado. Todavía la veo, ya sin trenzas, y reímos al ver a nuestros
hijos divirtiéndose como lo hacíamos nosotros. Después, pasé siete años jugando
al ladrón y poli. Y riendo, feliz. Aprendí mucho. A leer, a escribir, a soñar
con la piba que formaba más atrás y que usaba unas medias que hoy serían,
cuanto menos, ridículas. Nunca me animé a decirle que me gustaba.
Y se
vino la secundaria. Allí hacés amigos, a los que con suerte luego conservás.
Estudiás por primera vez (Lilian casi siempre tomaba lección, y olfateaba con precisión canina al que no sabía). Conocés
el amor, el sexo, el alcohol, el tabaco. Te enamorás de la piba que se sienta
un par de bancos adelante (a esta me animé a decirle que me gustaba). Empezás a
entender que el mundo no está bien, pero no sabés para dónde salir; a veces tirás
trompadas al aire, o en el sentido equivocado.
Terminada
la secundaria, se viene la encrucijada: trabajar o estudiar. Algunos tuvimos esa
afortunada posibilidad de elegir. Con otros la vida fue más determinante.
El
jardín y la primaria, son sólo un hermoso pequeño paso. La secundaria, un
laboratorio. Lo que sigue, es casi la vida misma. Cuando comprendí cómo es que
había llegado ahí, cambió mucho en mí. Allí estaba, en el cole rumbo a Rosario
cada domingo, porque mis viejos hacían un esfuerzo para ello. Con cada compra
de pan, alguien que no pudo mandar a sus hijos a la universidad, estaba
financiando mi educación. Unos cordobeses, hace muchos años, hicieron que las
facultades sean públicas y gratuitas. Otros, bastante más cerca, las
mantuvieron así. Y hasta pagaron con su vida la osadía. ¿Cómo no iba a estudiar
duro? Y entendí, que atrás vendrían otros estudiantes. Y que con estudiar nada
más, no alcanza. También había (y hay) que luchar porque sigan existiendo
universidades para los hijos del pueblo.
“Tome
su libreta colega”, dijo el profesor, y estrechó mi mano. Era la última materia,
lloré como un nene. Me había puesto un diez el profe. No sé si para que muestre
la libreta y cancheree, o porque había junado el mucho esfuerzo en llegar hasta
allí. Cada vez que miro el título colgado en la pared, con mi nombre escrito
bonito, y la cinta con la bandera argentina, me acuerdo de alguno de los que lo
hicieron posible.
Así
que estudiante, dsifrutá de tu día. Es lo único que ganaste hasta ahora, el
privilegio de ser llamado así y de tener un día al año que te consagre. El
resto, lo debés. Algún día, deberás devolverlo, con tu saber. Hay seños
Estelas, Evas, Alicias, Claudias, Lilians, Ana Marías, Noritas, detrás de vos. Y
tus viejos. Y obreros, profesionales, docentes, gente que te trae a dedo, que
te fía los puchos, compañeros que te ayudan a comprender ese tema, novias
incondicionales y amigos de fierro. Hasta ese colectivero que te lleva a que empieces
la semana, aunque vos sólo vayas pensando en la piba que se tomó el anterior y
te espera en el departamento del Pasaje C.
Saque
bolilla amigo lector, el examen se lo toma la vida.
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