“REALITY”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Cada
época tuvo sus “famosos”, moldeados en cuerpo y alma por los valores
preponderantes de una sociedad que los elegía. La fama no es puro cuento, mucho
se escribió, se debatió, se reflexionó seriamente sobre ella. Para algunos, hoy
en día es lisa y llanamente la posibilidad de trascender, de escabullirse notoriamente
del anonimato y pasar a formar parte de una “nobleza” que admite por igual a
los de sangre azul y a los plebeyos. Las nuevas tecnologías hicieron de las
incipientes celebridades, monstruos mediáticos de alcance sorprendente. A la
incauta teleaudiencia la seduce el glamour, el confort, la buena vida de los
famosos, es decir, se sienten atraídos por esas enormes sumas de dinero que
muchas veces llegan de una manera rápida, y casi sin esfuerzo. La película
italiana Reality, del director Matteo
Garrone, recurre a la tragicomedia para poner en pantalla las miserias de una
confundida sociedad, que cree encontrar en un formato televisivo LA oportunidad
de su vida. La ecuación sería la siguiente, ingresar al Grande Fratello (Gran Hermano)
es igual a prosperar.
La
secuencia inicial del film dura unos cuantos minutos, una toma aérea sigue el
recorrido de una carroza similar a la que usó Cenicienta, tirada, incluso, por caballos blancos ornamentados. Con
la majestuosidad de una época que ya pasó, transita por las calles de Nápoles
con una pareja de recién casados. Palomas blancas en cajas con forma de
corazones y pajes vestidos para la ocasión reciben al novel matrimonio. Los
invitados derrochan brillo y alegría, pero la verdadera estrella todavía no se
hizo presente. De pronto, hace su aparición él, Enzo, semifinalista de Gran
Hermano, la locura es general, lo aplauden, lo besan, lo aclaman. La
euforia dura minutos, pero deja huellas. La pintoresca familia regresa a su
hogar, padres, madres, tíos, abuelos, niños, el clan entero convive en una casona
suburbana enorme, húmeda, en algunos rincones, prácticamente desecha. Es
medianoche, la carroza se convierte en calabaza, los hombres se vuelven
ratones.
Dentro
de esa tumultuosa parentela se destaca Luciano
(Aniello Arena), padre de tres niños, esposo leal, trabajador, tiene una pescadería
en la plaza del barrio. Un laburante carismático, considerado por todos un
comediante nato. Tal es la confianza que le tienen, que lo empujan a participar
del casting para la nueva versión del Grande
Fratello. No estaban equivocados, Luciano
queda preseleccionado. A partir de aquí se pone en marcha el deliro absurdo del
protagonista, enfrascado en la obsesión de recibir el llamado que confirme su
ingreso a la Casa. Ya no tendrá paz, inquieto ante la posibilidad de estar
siendo vigilado, juzgado, su empecinamiento lo vuelve una bomba de tiempo. En
este marco, las apreciaciones de Michele,
su empleado, hacen ruido, ya que según él todo el tiempo estamos siendo
observados, Dios es nuestro Gran Hermano.
Reality pone en evidencia el carácter
ridículo de una sociedad que vitorea figuras populares, cuya gloria mayor fue
haberse cepillado los dientes en televisión. Este modo de pensar no es novedoso, sin embargo el director cuando los
retrata ácidamente a ellos, en
realidad, habla de nosotros. No tanto
como “chusmas vouyeristas”, atentos a la vida privada de los demás, sino como
cómplices de un mundo cuyos valores se desintegran en la banalidad. Grandiosas
actuaciones de actores no profesionales –Aniello Arena es un presidiario-,
consagran una película sobre la fama
protagonizada por desconocidos, eso sí, talentosos.
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