Por Antonio Cedró
Edward
Snowden, el ex agente de seguridad de EEUU que pidió asilo en Rusia, estuvo
varado en el aeropuerto de Moscú, con pedido de extradición desde Washington,
desoído por las autoridades. Lo que lo hacía tan importante es haber
participado de un programa de vigilancia informática del gobierno yanqui, y haberse
llevado parte de la información recabada, además de destapar la olla y hacer
públicas esas actividades. Recientemente,
parte de lo sustraído fue publicado por el diario inglés “The Guardian”,
que actuaría como garante de que la información sea publicada. En los últimos
días, pese a la presión del gobierno de Obama, se sumó “The New York Post” a
este acuerdo. Independientemente de que Snowden haya visto una salida muy rentable
a esta actividad y que los acuerdos con gobiernos o periódicos de prestigio
mundial le hayan reportado jugosos ingresos, la verdad es que estos programas
existieron. Luego del escándalo inicial del caso Snowden, la agencia de
inteligencia de Rusia decidió volver al método de lápiz y papel, para archivar
sus documentos de máxima seguridad, prescindiendo así de los medios
electrónicos. Calcule las vulnerabilidades que habrán detectado los ex
soviéticos. Alguna vez desde esta misma columna (El Observador Nº 7, “¿Todo a un click?”) advertimos, casi
aseguramos, que nuestros hábitos de navegación podrían estar siendo
monitoreados. El programa “Prisma”, según revela Snowden, confirma esas
sospechas. Además de revelar que por ejemplo, los servicios de inteligencia
británicos tenían una base de operaciones en oriente medio -vulnerando así por
los menos unas cuantas soberanías y tratados internacionales-, asegura que se
violaron entre 2008 y 2011, unos 20 millones de correos electrónicos. Sólo
56.000 eran con emisores y destinatarios de EEUU. Dentro del resto, podría
haber alguno suyo o mío. Como si fuera poco, se le agregó la nueva filtración
de que el gobierno del país del norte, pagó a empresas informáticas y de comunicaciones,
por información. Entre ellas Microsoft, Facebook, Google, proveedoras de
internet y empresas de telecomunicaciones. El uso masivo de estas redes -potenciado
ahora por la aparición de los teléfonos inteligentes, que permiten estar
conectados prácticamente todo el día- hace que el control del tráfico sea una
fuente de recopilación, invaluable. Aun si a usted no le molesta que su
privacidad pueda ser vulnerada, no se subestime, la información que comparte,
voluntariamente o no, puede ser usada en contra de sus intereses, los de su
comunidad, o su país. Información que transmite por correo electrónico, rindes
potenciales de cosechas, afinidades políticas, webs de diarios que visita,
contactos de redes sociales, transacciones bancarias, compras, ventas, hábitos
de navegación. No se imagina cuánto puede decir de usted el conocer eso. Y de
su país, y de nuestra sociedad. Y fundamentalmente de los que se oponen a los
intereses de, en este caso, EEUU, en lo que aún hoy ellos consideran su patio
trasero; informático, pero patio trasero al fin.
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