CHINA
Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Desde
China
China entró el 31 de enero en el año del caballo. Mi
compañera Hazel, que en realidad se llama Jing, dice que no le gustaba el
anterior, el de la serpiente. Como la mayor parte de mis colegas chinos, ella
también tiene dos nombres que en lugar de simplificar la comunicación, me crea cierta
confusión porque tengo que memorizar los dos y, al final, acabo por no recordar
ninguno. Le doy la razón, a mí tampoco me gustó el de la serpiente. Tenemos
muchas esperanzas depositadas en el caballo; tiene fuerza, es elegante,
creativo y libre. Pero ningún mensaje agorero podría empañar el crecimiento y
el dinamismo chinos. Beijing está cubierta de grúas, allá donde se mira se construye
un bloque de oficinas, una estación de trenes, un centro comercial, departamentos.
Es una ciudad en efervescencia. La población está deseosa de crear, construir,
aprender. Por momentos, es cierto que parece una copia deslucida de cualquier
ciudad de EE.UU. y digo deslucida porque de alguna manera los acabados no son
los mismos y el uso tan intenso acaba deteriorándolos. Se trata de una
impresión pasajera porque pesa más el empuje de una economía que el año pasado
creció alrededor del 7%. Sí, menos que otros años pero que Europa y EE.UU.
observan con envidia (con tímidos crecimientos) y Argentina no logra arañar (con
un 2,5%). Uno acaba contagiándose de ese entusiasmo, de la energía de una
población joven que tiene la esperanza en un futuro que imaginan es suyo. Ese
futuro tiene un coste, contaminación, largas jornadas laborales,
desplazamientos prolongados, precios elevadísimos de la vivienda,
encarecimiento de los productos básicos. La contaminación en Beijing es tan alta
que durante los primeros días siento una opresión en el pecho constante y
sequedad en la garganta y nariz. Ellos me dicen que tengo suerte porque justo
esa semana está a unos niveles “normales para Beijing”. La contaminación se
mide en microgramos (un índice de partículas “peligrosas”) y estos días está en
300 en contraposición a los casi 700 de la semana anterior. Para que se hagan
una idea la OMS recomienda 25 de máxima. No puedo evitar notar un polvo marrón
sobre todos los autos (en su mayoría nuevos modelos). Me pregunto en cuánto
acortará la esperanza de vida estar expuesto desde el nacimiento a estos
niveles de polución. Me dicen que en las ciudades pequeñas (esas de 4 millones
de habitantes) los índices son más bajos, pero con el crecimiento imparable y
no regulado llegarán a igual destino. Sé que las condiciones salariales de
algunos han mejorado en los años de prosperidad e imagino que, como
consecuencia, la calidad de vida de muchos habrá aumentado pero el coste que
paga la sociedad es elevado. Como a un niño que le hayan negado unos caramelos o
jugar a la Play durante la semana y que el fin de semana se lanza desbocado a todo,
así ha abrazado China al capitalismo, con una fuerza que produce vértigo.
En general, los comentarios que me han hecho sobre los
chinos a raíz de mi visita no han sido del todo benévolos: que si maleducados,
que si “guarros” (es decir unos “chanchos”), que si mentirosos. Mi experiencia laboral-digital
se ha caracterizado por una gran incomprensión mutua, como si intentáramos
hablar un mismo idioma (el inglés en nuestro caso) pero cada palabra
significara algo diferente en cada cultura. Como si un zapato fuera un sombrero
y un sombrero, un paraguas. Pero al llegar, al estar allí cara a cara, las
palabras parecen volver a su cauce y logramos comprendernos. Los encuentro
amables y hospitalarios en las distancias cortas, mucho más cercano al carácter
de un sudamericano que al de un europeo. En todo lo que es público me da la
impresión de que se trata de un sálvese quien pueda, si hay que pisar, se pisa.
Sin embargo, en un tren repleto (todo parece saturado de personas en China)
siempre noto una sonrisa que parece decir que están allí para ayudarte si no
entiendes su lengua. Debemos de parecer extraterrestres intentando descifrar los
símbolos a nuestro alrededor. Aún así, ciudades como Beijing o Shanghái son
amables con el visitante y los carteles también están escritos con alfabeto
latino que ayudan a no perderse del todo. Pero es en las comidas donde realmente
despliegan sus habilidades de grandes anfitriones, siempre se pide una gran
variedad y en exceso pero a decir verdad todo está delicioso. Esta hora se
transforma para mí en una fiesta, primero por la degustación de esos manjares y
segundo por las traducciones de las fotos en los menús. No tienen precio.
Puedes pedirte unos brotes de soja
estúpidos de madre (mi traducción del inglés) por ejemplo, por el simple
hecho de matar la curiosidad.
China, aunque mi visita sea demasiado breve, me deja buen
sabor de boca, con todos esos contrastes que veo y otros que sólo puedo intuir.
Me gusta especialmente cuando te explican con detenimiento lo que significa un
nombre, cómo cada carácter actúa para descifrar una personalidad. Y una se
llama Águila que además significa ser independiente y otra se llama Jazmín pero
uno de sus caracteres significa alegría. Es aquí cuando la China más
capitalista e implacable desaparece y adquiere un toque humano y poético que, aunque
más inaccesible para un occidental, no deja de ser el más interesante. Queda mucho por ver, en efecto.
Hola Ana,
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo la crónica. Creo que has captado perfectamente su esencia en muchos aspectos... Me quedo con:
"así ha abrazado China al capitalismo, con una fuerza que produce vértigo."
"Como si un zapato fuera un sombrero y un sombrero, un paraguas." Cuántas veces ni en el mismo idioma se entiende uno...
Y lo último, "Me gusta especialmente cuando te explican con detenimiento lo que significa un nombre, cómo cada carácter actúa para descifrar una personalidad." Es algo que a mí también me encanta, cómo juegan con las palabras y las fuertes connotaciones que se desprenden de todos y cada uno de los caracteres. Cuando digo mi nombre chino mucha gente me dice que quién me lo ha puesto ha sabido ver mi personalidad y cada persona te dice algo nuevo sobre lo que el nombre le evoca, es muy bonito.
Un saludo,
Sara.