Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com
Marte
es el cuarto mundo desde el sol; será visible durante el mes de marzo después
de las 23 horas, a pocos palmos del horizonte Este, debajo de una estrella
luminosa llamada Spika.
Marte
es un planeta telúrico, es decir, de tierra firme, el último de ellos. A él le
siguen los cuatro gigantes gaseosos, Júpiter Saturno, Urano y Neptuno. Venus y
Mercurio, junto a nuestra Tierra, son los restantes planetas telúricos. A Plutón
lo hemos raleado de esta categoría, sólo los viejos le recordamos como tal, los
niños ya saben que el muchacho no da la talla.
Marte
es visible a simple vista. En el antiguo cielo, en el cual las estrellas eran
puntos fijos, los planetas eran puntos vagabundos*. Por brillar de notable
color rojo lleva ese nombre, el del dios de la guerra. Hoy, la guerra no tiene
color, es un video juego para nuestros pibes. Los héroes de Malvinas saben la
verdad. En la antigüedad, la guerra era roja porque la sangre cubría a los
hombres, a los campos de batalla y teñía los ríos. La guerra es lo peor que
puede sucederle a los pueblos y Marte cuelga de la noche para recordarlo a los
mortales.
Por su parte, la ciencia
explica el tono bermejo de ese mundo debido al hierro oxidado en superficie
(curioso, la sangre es roja por el hierro que posee, de modo que la explicación
antigua, ¿era correcta?).
Ares
–tal su nombre griego- está ligado a la historia de la astronomía. Durante mil
años los astrónomos inventaron esferas y círculos para justificar las órbitas irregulares
de esos vagabundos. Tiempo perdido. El paso del Belicoso sobre el cielo le dio
a Kepler la pista sobre qué tipo de órbitas tenían los planetas: elipses.
En
el siglo XIX el planeta fue famoso gracias a la imaginación de Schiaparelli,
quien dijo haber observado canales en superficie. Pronto, Lowell aplicó la
lógica de los simples: Canal - conducto de agua artificial - planeta habitado y
tecnológico. Ahora somos conscientes de esta falacia pero entonces todos creyeron
que Marte estaba habitado. H. G. Wells escribió su famosa novela “Guerra de los
Mundos”, donde los marcianos nos invaden. Y Orson Welles narró la historia por
radio al pueblo estadounidense, el cual salió a las calles armado en busca de
alienígenas para matar.
Aunque
lo anterior habla de insensatez humana, hace poco se encontró en la Antártida
un meteorito que provino de Marte. Esta roca mostró huellas de haber traído supuestas
bacterias provenientes del planeta. Esta teoría no es aceptada por todos pero
la idea de panspermia en el sistema (que la vida pueda ser sembrada por
meteoros, de planeta en planeta) cada día logra adeptos. Será tema de próximas
notas.
Marte
genera un cuarto de la gravedad terrestre, posee tenue atmósfera y alberga hielos
de dióxido de carbono y algo de agua en los polos. Los rayos ultravioleta tocan
su superficie, de modo que el hombre que le colonice deberá habitar dentro de
chozas del futuro, que lo protejan. Posee estaciones como en la Tierra, sólo
que cada una dura el doble de tiempo ya que su año es de 687 días.
Por
mucho que le investiguemos –ahora mismo tenemos tres robots sobre sus dunas y
desiertos, y todos funcionan, le excavan, hurgan, fotografían- nunca dejaré de
ver a Marte como Ray Bradbury me lo mostró en su novela “Crónicas Marcianas”:
un mundo melancólico, con casas de agua, veleros en el polvo y cenizas de
papel, con pequeños colonos terrícolas que, al mirarse reflejados en sus mares,
al fin se reconocen como marcianos.
*En
griego, “vagabundo” se dice “planeta”.
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