Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com
Matemáticos y Físicos como Dirac o
Einstein han visto universos que, cien años después, no entendemos. Narra la
película “Amadeus” que Mozart escribía de un tirón sus sinfonías perfectas y
así compuso Astor Piazzola su inigualable “Adiós Nonino”: “Cuando murió el Nonino, Papá se encerró en la pieza, estuvo un rato en
silencio y empezó a tocar esa música que despide al abuelo”, cuenta su
hijo.
Hasta donde sé, sólo en las áreas creativas
se llega a niveles de inteligencia tan altos como los de un ajedrecista de
elite: Vasili Smislov fue excelso concertista de piano; Robert Fisher recordaba
cada una de las partidas que había jugado y, en lo actual, Garry Kasparov es
uno de las diez inteligencias del mundo.
Pareciera que, si los matemáticos crean
los números y sus combinaciones, si los físicos dan coherencia a las
manifestaciones de la energía y la materia, si los músicos iluminan con el ritmo
la nada, los ajedrecistas, con el número y el cálculo, materializan su energía
en esos fraseos de belleza y de pasión que llamamos “partidas”.
Emmanuel Lasker nació en una ciudad de
Prusia; hablaba el alemán y el hebreo ya que su padre fue rabino. Muy joven
demostró maestría con los números, por lo cual le enviaron junto a un hermano
mayor, para que estudiara. Durante una convalecencia debida al sarampión
aprendió de éste nuestro querido juego. En pleno siglo XIX, el ajedrez acechaba
los círculos cultos europeos. Pronto el niño estudioso frecuentó los cafés en
busca de batalla y dinero, tablero de por medio. A los 20 años logró el título
de maestro en segunda categoría y tan sólo a los 26 llegó a sentarse frente al
viejo león, el primer campeón, Wilhelm Steinitz. El match fue vibrante pues se
enfrentaron dos estilos y dos mentes superlativas. Cuando Steinitz perdió la
última de las partidas, y con ella el título mundial, se alzó de la mesa y exclamó:
“¡Tres vivas por el nuevo campeón del
mundo!”
Emmanuel Lasker, como todo Único,
instauró un modo de jugar. Durante 20 años fue invencible y su secreto (su
evidente secreto, pues su estilo fue definido como Una copa de agua con una gota de veneno) fue su observación de la
psicología del rival. Lasker jugó muchas líneas inferiores, reputadas como
malas, incluso, cuando creía que con ellas podía incomodar a su oponente. Así,
muchas veces caminó por una cornisa, pero su maestría le permitió siempre salir
airoso y alzarse con los triunfos.
Retuvo su corona durante más años que
ningún otro campeón; no sólo en el ajedrez. Lasker, por haber visto a Steinitz
morir en la pobreza, jamás descuidó sus estudios. Llegó así a ser un gran
matemático, un consumado filósofo y un escritor numeroso. Sus libros de ajedrez
son valorados incluso ahora, y los escritos filosóficos y matemáticos fueron
ensalzados por hombres como Albert Einstein. El entonces creador de la Relatividad admiraba al
campeón y no perdía oportunidad de salir a caminar con él, momentos en los
cuales discutían infinidad de temas, humanos y extrahumanos, como la que fuera
su renombrada teoría.
Emmanuel sostenía que en ajedrez
siempre se desenmascara al hipócrita y al mentiroso, pues cada falsedad propuesta
podía ser descubierta sobre el tablero y pronto llegaba el castigo como
escarmiento: ¡el jaque mate!
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