Plantas como la gente



APARIENCIA

Por Verónica Ojeda / Téc. en Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com

Es difícil comenzar con este relato. Tengo en mente aquella foto, un aroma, la sensación que me causó ver su porte; recuerdo la  soltura con la que lograba algunos movimientos al exponerse con destreza de cara a la brisa, como si todo lo que se anclaba a su alrededor no existiera, era el centro, la atracción, podía capturarte por horas ante la impavidez de aquello otro conocido hasta el hartazgo. Altura, elegancia, apariencia… Mucha belleza arrogante capaz de persuadir hasta al más experto.
Brillaba al sol sólo para brindar gracia, frescura; podía ser a la vez abrigo, refugio, sombra, prodigaba de hecho el doble que todas las demás.
Luego de mucho pensarlo y de varios días de reflexión y observación, el destino ayudó para que el pensamiento fuera  decisión tomada.
Entonces busqué un espacio, creo que fue el mejor y el más privilegiado que se podía dar, con toda la luz, con todos los cuidados, las visitas necesarias y requeridas. 
Y así fue como comenzó a crecer, en todo su esplendor. Vi sus frutos, pude percibir sus aromas… El tiempo pasaba y conforme a ello, se hacía cada vez más grande, arraigaba fuerte; lo que en un momento parecía abrazar, ahogaba, invasora al punto de matar a las de su alrededor con tal de ganar cada vez más espacio; sólo quería brillar, trepaba, trepaba, comprimía, resurgía por cualquier hueco con alguna de sus púas -sí, púas que nunca vi, a veces uno ve sólo lo bello o lo que quiere ver-, tremendas espinas que me lastimaron más de una vez, eran su defensa pero mis manos sangraron...
¿Cómo yo podía deshacerme de tanta deidad?
Tal vez no era lo que parecía… No era tal deidad… Ni tanta la hermosura…
Y ahora que recuerdo una frase muy trillada pera tan cierta al fin, quizás lo que decían era cierto, el enamoramiento es una cosa, pero el amor verdadero es algo más grande y complejo; debo admitir que me dejé llevar por ilusa, mas todo terminó en decepción.
Y como buena jardinera y para que el dolor no se hiciera dureza, decidí ponerle corte a la situación.
Una mañana desperté y con toda la arrogancia que pude sostener, salí de la casa, respiré profundo, pensé varias veces y luego de una caminata que me permitiera aclarar las ideas, puse punto final; tijera de podar en mano, mutilé hasta que no quedara ni uno solo de sus brazos. Cavar la tierra no fue gratificante. Sacar las raíces, una tarea que de vez en cuando me roba las horas, tampoco; pero a medida que pasa el tiempo todo alrededor florece.
Reina la calma.
Algunas brotan ahora plácidas, otras se muestran agradecidas y me regalan sus perfumes que no serán tan exóticos, pero sí genuinos. Cosas que pasan…
¿De qué pensaron que hablaba? ¿De un alma?
Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.


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