ESPUMA DE MAR
(Continuación)
Por Alejandra Tenaglia y Sebastián Muape
08
Juana
camina bajo un cielo que se confunde con el mar y el asfalto y se impregna de
un húmedo viento de sal. El frío crepuscular le trae unas ganas enormes de
tomarse una copa de coñac acurrucada cerca del hogar, escuchando el crepitar de
la leña. Es un gran programa para ella, con madera, lana y cristal, aguza el
paladar para las mieles que vendrán. El alcohol le permite esconderse de la
nostalgia y recorrer su museo de sentimientos sin reproches. “Siempre vas a estar a tiempo de tener un
pasado feliz” le había dicho un profesor de quinto y ella hizo de esa frase
su mástil para sostenerse en las tempestades.
Con los años aprendió a rescatar lo placentero de cada historia y rediseñar las
penas para convertirlas en olvido. En medio de esa búsqueda, va por la vida
tratando de acercarse a su propia entelequia. Definitivamente la ciudad la
inspira. Anota, corrige, reescribe en su libretita las ideas que le llegan con
la constancia de las olas que ahora está escuchando.
-
¿Cómo pensar que fuiste mía, si el
beso más dulce me lo diste en un sueño?
Hace
poco tiempo ella misma soñó con esa línea, así que ahora le cede la autoría al
atribulado protagonista de su novela.
Entró
a la casa y sintió el destemple de los ambientes oscuros. Mientras se llenaba
la bañera dudó entre vinilos de Coltrane o la intelectualidad del
filipino-español Luis Eduardo Aute. El living fue mutando de iglú a cabaña al
mismo tiempo que su cuerpo sumergido en espuma recuperaba la circulación. Apoyó
la cabeza, cerró los ojos y súbitamente se acordó de Milena, su gran amiga de
la secundaria, la de la sonrisa universal que en una noche helada del Rosedal,
la besó al salir de una muestra en el Sívori.
Soltó
una carcajada adolescente. Con la bata puesta se paró frente a las llamas, los
acordes europeos la estremecieron otra vez; “…reivindico
el espejismo, de intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada que consiste
en la certeza de encontraren tu mirada la belleza…” Sacó del bolsillo los
dos bollitos de papel y sin abrirlos, los tiró al fuego.
09
-
…no
sabía que era de acá…
-
No
es de acá, es de Las Rabonas.
-
¿Vos
me estás tomando el pelo?
-
No
boludo, en serio. Es un pueblito cordobés, de ahí es también la que escribe los
libros de horóscopo chino…
-
Entonces
debe estar de vacaciones, o para algún evento. A lo mejor ya se fue…
-
¿A
vos no te asignaron revisar esa manzana, por si quedó alguna avería? –sin
esperar respuesta de Blas, Lauría continúa- Cumplí con tu deber querido, andá y
dejá de romper las pelotas con tantas vueltas que parecés un pibe de 15 a punto
de debutar…
-
Mierda
que te fue mal en la vida, ¿recién a los 15 debutaste vos?
Cuando
entra Analía, la única mujer bombero en ese cuartel, encuentra a los amigos
riendo. Saluda breve, seria, cabeza gacha, y se dispone a tomar su turno de
guardia en la oficina.
Cachito
aprovecha que el portón de ingreso está abierto, busca un rinconcito con sol
junto a la pared, y con los ojos cerrados parece disfrutar la brisa de la
mañana. Cada tanto se sobresalta con las carcajadas de Blas y Lauría, que siguen
lavando las unidades. Es un perro manso, del barrio y viejo, pero sigue siendo
guardián y resguardando el cuartel como si fuera su propia casa. Por eso ahora,
con las orejas en punta y la mirada cambiada, ladra directo hacia la entrada.
10
Unos
veinticinco metros separan el sector lavado, de la vereda. Son casi las nueve
de la mañana y los rayos de sol entran oblicuos, estirando en el suelo, al
estilo Western, la sombra de una mujer. En ese claroscuro que no permite
adivinar facciones, Lauría, cómplice, le guiña un ojo a su compañero.
Blas
se acerca por el centro del salón y a medida que camina reconoce a Juana
envuelta en una parka gris. Tiene el pelo recogido y húmedo, las manos en los
bolsillos del abrigo que apenas cubre sus muslos, y deja ver unas piernas de contorno
estilizado y musculatura en perfecto balance, abrigadas por unas calzas negras
y borcegos marrones. Qué alta es, piensa Blas, que una vez parado frente a
Juana, se alivia al comprobar que está unos centímetros por encima de ella. El
mentón es fino y triangular, las mejillas y los pómulos completan una geometría
de líneas armónicamente rectas y ojos miel con pestañas interminables. Juana le
sostiene la mirada y Blas capitaliza un reto innecesario al perro. Mucho tiempo
después se seguirá preguntando, cómo pudo olvidarse el nombre de la dama ese día...
-¿Cómo le va Ana? -preguntó extendiéndole
la mano.
-
Me
va muy bien, aún cuando me rebautizan. Soy Juana, no sé si te acordás…-le dijo,
tuteándolo y mostrándole al tiempo una sonrisa tan clara y fresca como la
mañana.
-
Sí,
perdón; ¡por supuesto que me acuerdo! Chalet de tejas francesas azules, dos
plantas con persianas barnizadas, entrada de lajas oscuras –contestó él,
intentando sanar el olvido previo aunque audiblemente incómodo-.
-
Te
acordás mejor que yo, creí que las lajas eran naturales. Bueno, te imaginás por
qué vengo entonces -dijo Juana-. Ayer a la tarde mientras regaba el jardín,
encontré pedazos de tejas y no sé si se
habrá algo más roto…
-
Despreocúpese,
hoy a la tarde paso y nos aseguramos de que la estructura y los aleros no hayan
tenido problemas. Las tejas se sueltan del listón por el viento, no es serio,
cualquier albañil que consiga puede hacer el trabajo.
-
Perfecto,
a eso de las dieciséis estoy en casa. Chau -Juana se despidió sin sacar las
manos de los bolsillos, hizo un medio giro sobre la punta de sus pies y se
alejó por la vereda.
Boludo,
pelotudo, pendejo pajero, incoherente y ridículo. Uno a uno Blas se fue
colgando carteles mientras la miraba caminar. Lo hacía con cierta arrogancia,
quizás por eso él se imaginó que iba con la mirada al frente, nada de mirar
baldosas ni distraerse catalogando nubes. Si por alguna causa ella se hubiera
dado vuelta, antes de perderse pisando hojas en la pendiente de la cuadra
siguiente, lo habría encontrado observándola exactamente en el mismo lugar en
el que le estrechó la mano unos momentos antes.
Mientras
tanto, desde la ventana de la oficina, Analía observaba, deseando con ardor ser
mirada de esa forma, al menos una vez en la vida.
11
¿Qué falta? ¿Qué sobra? ¿Qué se repite
en esa trama que enhebra hechos coherentes con emociones desordenadas de
torrentoso caudal? ¿Dónde hincarle el diente a la realidad y en qué frente
desintegrarla para convertirla en metáfora? ¿Por qué de un momento a otro el
orden previsto gira su rostro como un cruel Jano? Melpómene y Thalía. Luz y
oscuridad.
Juana
detiene sus manos- Dale, estúpida –se dice a sí misma en voz alta-, agregá Ying
y yang, bien y mal, opulencia y austeridad, y larrrreputísimamadrequeterremilputaparió.
Débil mental… -Va a la cocina, prepara el mate. Se apoya en la mesada esperando
que se caliente el agua, pero antes de que eso suceda, sale como disparada por
un impulso hacia su escritorio y, con la sola combinación de tres teclas, borra
el capítulo completo en el que estuvo trabajando desde la mañana.
El
agua está lista. Mate en mano y largo suspiro previo, regresa de la cocina y se
sienta nuevamente frente a su pc, mirando a la página en blanco como el animal
de caza a su presa.
12
Astrid
Juana Garnier, es cordobesa igual que su mamá, no su papá que nació en Francia
y llegó a estas costas sin proponérselo, cuando su familia decidió que no se
iba a dejar invadir por la tropa demencial que asolaba Europa en 1940. Transitó
su infancia entre chacra y granero, excelente en la monta, tenaz cazadora de
liebres con carabina y fabuladora por demás en el aula.
Antes
de menstruar por primera vez, ya conocía a la perfección las técnicas de telar
y el armado de bastidores para secar cuero, al que con sus manos firmes le daba
forma de cuanto se propusiera.
Del
padre heredó su pasión por la lectura, juntos pasaban horas tirados en el
catre, bajo su lámpara de pie, debatiendo si se era más feliz leyendo poesía o
prosa, o si Arlt describía mejor la ciudad que Cortázar.
Poco
después de cumplir los quince, publicó sus primeros cuentos en una revista
local, donde además tenía un espacio en el que escribía “cartas para
adolescentes”.
Desocupó
el nido a los diecinueve, cuando un diario de la capital cordobesa la eligió
para que escribiera las efemérides del suplemento cultural. Instalada en la
ciudad, estudió Letras y Filosofía y se enamoró por primera vez; al poco tiempo
ya había degustado lo agridulce del amor. El puesto de directora de la revista “Mediterránea”, le llegó al mismo tiempo
que la primera edición de sus cuentos: “Fe de ratas”, libro con el cual se
instaló definitivamente entre los nuevos talentos que aparecieron en los
noventa.
La
llegada a Buenos Aires tardó lo que el micro en recorrer la ruta y desembarcó
en Retiro con el segundo libro terminado y chances con una de las editoriales
más importantes.
Eso
sí, el cumpleaños número veinticinco lo pasó sola, llorando en su monoambiente
de Saavedra.
(Continuará...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario