¿PARAÍSO
TROPICAL?
Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Cuando me dijeron que
tenía que ir a Singapur, por una reunión de trabajo, intenté ubicarlo en el
mapa pero, para mi vergüenza, se me confundieron todas las fronteras del sudeste
asiático. Así que lo primero que hice, secretamente para que no se notara mi
ignorancia, fue consultar los mapas de Google. Quería saber cuál era la
distancia con respecto a Beijing, que era mi siguiente destino, y descubrí que
está relativamente cerca, 6 horas de avión, pero distante en todo lo demás.
Singapur es una ciudad-estado con aproximadamente 5 millones de habitantes en
contraposición a los 1,300 millones de China. Ocupa además el tercer puesto en
países con la renta per cápita más alta del mundo, 64 mil $ al año (frente a
los 9 mil $ de China, según el FMI), lo que lo sitúa delante de otros más
conocidos por su riqueza como Estados Unidos, Suiza o Noruega. Está formado por
63 islas que se encuentran en el extremo sur de Malasia, de la que se separó en
1965, tras proclamarse la independencia del Reino Unido. Es, por tanto, un país
muy joven que ha conseguido en estos últimos cuarenta años subirse a la lista
de los más ricos de forma casi
meteórica. Todo un ejemplo.
Imaginé con esta
información que me encontraría con un paraíso tropical y, lo cierto es que al
sobrevolar la isla, uno queda maravillado por lo frondoso del paisaje, el color
índigo del mar, las playas (sorprendentemente desiertas) y el intenso tráfico
de la costa (repleta de barcos de mercancías). Pero las sorpresas no se acaban aquí.
Por la autopista de camino al hotel, llama la atención la profusión de flores tropicales
y el prolijo cuidado del césped a ambos lados de la ruta, salpicada de plantas
de un verde intenso. ¿Sería verdad? ¿Habría llegado por fin al paraíso? ¿Cómo
era posible que supiera tan poco de este pequeño país?
Después de dejar la
valija en el hotel y ponerme cómoda para pasear con una temperatura de 32º (con
un alto porcentaje de humedad) y colocar en la mochila un impermeable (la
lluvia es algo impredecible por estos lares), salí a descubrir si, en efecto,
había hallado el paraíso en la Tierra. Al merodear por la ciudad se aprecian de
inmediato varias de las características más destacadas de Singapur. Todo el
mundo habla inglés. No es de extrañar ya que es una de las cuatro lenguas
oficiales además del chino, malayo y tamil. Todo está muy limpio. Existe un
riguroso control y las multas por arrojar basura, por ejemplo, pueden alcanzar
los 250 $. Está prohibido comer chicle y fumar. Conviven varias religiones en
asombrosa armonía: el budismo, el islam, el cristianismo, el taoísmo y el
hinduismo, entre otras. Esta diversidad religiosa es un reflejo de una
diversidad étnica paralela que se hace evidente en la división de la ciudad en
barrios como Chinatown y Little India. Es un verdadero lugar de
mestizaje. Como los medios de transporte son baratos, limpios y fáciles de
utilizar, me trasladé de un lugar a otro con la sensación de que había visitado
China, India y Corea en pocas horas y sin necesidad de tomar un avión. Los
singapurenses te tratan con la amabilidad asiática de la que tanto había oído
hablar pero que no es frecuente en China donde la vida es mucho más dura para
el turista y también para los nativos.
¿Es oro todo lo que reluce?
La vida en Singapur parece idílica pero la perfección, lectores, no existe.
Aunque es una democracia parlamentaria, el mismo partido ostenta del poder desde
la independencia y Lee Kuan Yew permanece en el gobierno con distintos cargos
en algo que tiene tintes de poder vitalicio mientras que su hijo Lee Hsien
Loong es el Primer Ministro. Las leyes son más que estrictas y vulneran, en
ocasiones, los derechos humanos (pena de muerte por tráfico de drogas, azotes
con vara), la libertad de prensa está restringida y el estado, militarizado. El
precio de vivir en Singapur es elevado ya que se tienen que importar una gran
cantidad de bienes, y no existe un estado de bienestar per se, de manera que si
una persona pierde su trabajo no cuenta con una red de ayuda inmediata. La
sociedad está basada por completo en la meritocracia, un modelo que, según
dicen, ofrece oportunidades a los que más se esfuerzan. Sin embargo, la
educación no es gratuita y el grado de competitividad que genera es elevado
entre los jóvenes aunque el estado haga hincapié precisamente en la educación.
En definitiva, puede que
Singapur no sea el paraíso que imaginaba pero podría ser un destino fácil para
quien quiere visitar Asia sin los inconvenientes del idioma o de un sitio más
“exótico”. Eso sí, mezclar el calor tropical con un delicioso curry quizás no
sea lo más recomendable para los estómagos más sensibles.
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