MIJAIL BOTVINNIK
Por
Garry
Max Euwe derrotó a Alekine, pero este
había asegurado revancha en contrato previo. Era una época en que el título de
campeón era propiedad privada. El mismo Capa, antes de enfrentar a Alekine,
había guardado esa carta, pero éste jamás accedió a concederla. Euwe era un
caballero y jamás se rebajaría a negarla. Alekine recuperó su corona y con ella
murió, según vimos. Por entonces Rusia se volvía bolchevique. En todo el orbe se
instauraban regímenes de terror en los cuales los opositores eran deportados o
aislados y boicoteados.
En esos opacos días destelló Mijail
Botvinnik, joven genio que, a los dos años de haber aprendido las reglas de
juego, derrotó al campeón del mundo en una simultánea. Mijail era de origen
acomodado, estudió electrotécnica y el ajedrez fue una obsesión. Ascendió tan
rápido que, cuando su estado le dejó salir al mundo, pudo vencer a los mejores.
Flohr, Lilhiental, Capablanca, pronto debieron tratarlo como igual, cuando no desde
atrás en la tabla de posiciones de cada torneo.
Botvinnik nos enseñó el poder de la
voluntad. Se planteó ser el mejor. Nada lo detuvo. La segunda guerra favoreció
sus planes. No fue trasladado al frente; el futuro campeón trabajaba de día y
estudiaba de noche, mientras el resto de maestros padecía, alejados de los
trebejos. Cuando llegó la paz y con ella los torneos, Botvinnik estaba
preparado. Arrasó con sus rivales. No sin dejar de boicotear a los más
peligrosos, tal su veto a nuestro Miguel Najdorf, prodigio polaco que luego vivió
y murió en Buenos Aires.
Con Botvinnik campeón se instaura el
rigor lógico, nada debe quedar librado al azar, todo es preconcebido y
analizado hasta el hartazgo, el ajedrez debe ser un planteo racional, cuyos
caminos serán señalados por preceptos fríos y pesados como témpanos. El nuevo
campeón odia los finales artísticos, niega las partidas rápidas, aborrece de
todo lo que no sea una partida de más de 20 jugadas, 4 horas de reflexión
mediante.
Botvinnik manda, quien se opone a su
voluntad es censurado, no participará de los clasificatorios, no viajará al
exterior; el poder lo alza como bandera, y eso es todo. Me recuerda a ese papanatas
que en los 80 dijo, ¡la historia ha muerto! Fukuyama morirá enterrado por ella,
como todos.
Muy pronto tuvo Botvinnik avisos del
devenir, llamados de realidad fuera de su burbuja lógica. Bronstein, Talh,
Smislov, le vencieron con holgura alguna vez; mas el patriarca volvía de esas
pequeñas muertes cada vez más vengativo: Bronstein, censurado; Talh,
defenestrado porque amaba beber, fumar y jugar partidas rápidas hasta el
amanecer. ¿Esos fueron pecados? ¿O acaso el haber vencido a la gran estrella soviética?
Nadie crea que esto sólo ocurrió en
Rusia, los EEUU obligaron a Lombardy a ceder su título al botarate Fisher, en
el torneo que lo llevaría ante Spasky. Mas no nos apresuremos y cerremos la
nota.
Botwinik superó ampliamente a sus
rivales sobre el tablero. Sus convicciones fueron las del hielo, dije, y por
ello cayó cada vez que un fogoso lo acuciara. Cuando se retiró se dedicó a la
enseñanza y a la generación de programas ajedrecísticos; educó a tres
campeones: Karpov, Kasparov, Kramnik. Fue autodidacta, monolítico y muy, muy
grande. También gozó de los favores del poder. Pero es que toda partida se
desarrolla sobre un ajedrezado de blancas y negras suertes.
Por eso Botvinnik no será recordado con el cariño que se le tiene al Brujo, al Pirata y al Cowboy. Botvinnik representaba lo peor de los sistemas totalitarios, él mismo se consideraba un engranaje del sistema comunista (lo llamaba "la sociedad", ¡vaya eufemismo!). Tuvo el favor de recuperar el título en un año si lo perdía, como si fuera que la corona de laureles era sólo suya. era vengativo, cruel hasta con sus ayudantes, que los dejaba analizando durante horas en posiciones que él ni miraba. Botvinnik fue una persona desagradable y cuesta aprender de sus partidas cuando se sabe cómo era su forma de ser. Cuando murió, Tal dijo: ¡Ah, era humano!
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