URANO
Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com
Urano orbita detrás de Saturno, muy
lejos de casa, a unas 20 distancias Tierra-Sol*. Vimos que cuanto más lejos se
sitúa un astro, tanto más lento es su andar. Los antiguos llamaron a Saturno
Dios del Tiempo porque su traslación es de 29 años terrestres. ¡Qué hubieran
dicho de Urano, cuyo año equivale a 84 nuestros! Cuando allá vivamos, un año
será la vida de un hombre.
Urano fue observado mediante
telescopio por numerosos astrónomos, y reconocido como planeta luego de sesudas
deducciones: tamaño aparente, desplazamiento, ausencia de cola cometaria, ya
que primero fue tomado por estrella y luego por cometa. El título oficial, uno más
del linaje de Helios, le cupo a William Herschel, en 1781. Lo nombró Estrella
de Jorge para adular a uno de tantos mequetrefes ingleses. Primó sin embargo la
cordura y poco después lo llamamos como al Padre de Saturno, el abuelo de
Júpiter: Urano, ser mitológico que diera origen al cielo, toda vez que se
retirara de sobre su consorte, Gea o Tierra (las metáforas griegas son
tremendas: siempre alguien ha muerto o ha tenido un fogoso romance; la tv
argentina sigue sus pasos).
Urano tiene al menos dos particularidades:
temperatura atmosférica más baja (-220ºC), e inclinación del eje de rotación más
curiosa: ¡97º! Rueda por su órbita tumbado como un barril de vino. De los
cuatro gigantes, es el menos masivo. Su manto ha de contener hielos y en el
núcleo un mar de hidrógeno y metano. Esos mismos gases en atmósfera absorben
los colores naranjas y rojos, y reflejan los celestes azules. Así es cómo se
ve, añil en el telescopio. Sus bellos satélites llevan nombres de personajes creados
por Shakespeare y Pope. Titania, Oberón, Umbriel, Ariel, Miranda son algunos.
Luce anillos de un pálido azul; puede que estén formados por trozos de hielo de
agua.
Otra particularidad es su
magnetosfera. La magnetosfera es la esfera magnética que rodea a determinados
astros. En Tierra existe atmósfera sólo porque el núcleo metálico actual está fundido
y genera un campo de fuerzas suficiente para protegernos del ímpetu solar. Estas
fuerzas las percibimos con la brújula, y su sentido podemos verlo sobre un
papel -con limaduras de hierro- que cubra a un imán. Marte, por ejemplo, tiene
un núcleo pobre, sin magnetosfera, de modo que su atmósfera ha sido soplada al
cosmos por los vientos helíacos (literal). Cuando pisemos ese mundo lo haremos
a cubierto. La magnetosfera de Urano, por rotar tumbado, se enrosca hacia atrás
como un tirabuzón o sacacorcho y genera la imagen más curiosa del sistema.
Cuando Herschel dio con nuestro
unicornio azul, hacía más de un siglo que en las mentes brillaba la física hija
de la integral newtoniana; es decir, de su muy famosa F= M x m/d2. Fórmula
magnífica que los jóvenes aprendimos de memoria en la escuela, sin tener idea
de lo que significa. Esta, sin embargo, dice mucho para quien sepa de dónde
provino (las leyes de Kepler) y de su desarrollo (la genialidad de Hooke), ya
que tanto explica los movimientos del sistema solar, como los de una falsa
manzana, libre del palito que la sujete a la rama, que caiga como llovida de
Urano… perdón, ¡del cielo!
*La
llamada Unidad Astronómica (UA): ciento cincuenta millones de kilómetros. La UA nos recuerda que todo lo medimos
en relación a nuestro ombligo: pulgada, pie, codo, yarda, longitudes tomadas de
las extremidades de este mono belicoso que, por este mes, sólo habla de las
parábolas que describe una semiesfera, en rauda órbita ¡por el verde espacio de
la cancha!
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